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San José

(Mateo 1,24: Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado)
De san José
sus buenos rasgos
con sus acciones
dame imitarlos,
hacerlos míos,
oh, Padre Santo;
tomar la carga
en el trabajo,
ser responsable,
hábil de manos,
de mente ágil,
serio y honrado;
y en la familia
hombre entregado,
el suplidor
por Dios mandado,
el protector
con Dios de manos;
aquel que el Padre
hizo padrastro
y fue buen padre
del Hijo, actuando;
y en el entorno
un hombre sano,
alguien de bien
que se hizo santo;
hombre ejemplar
de actuar callado
aunque consciente,
un gran humano
siempre obediente
a tus mandatos.
Hazme así ser,
sencillo y manso
como José;
a él emularlo
para agradarte,
oh, Padre amado.

Amén.

Resurrección de los muertos

(Texto de Karl Rahner)

¡Oh, Dios mío!, cuando presto atención a la esperanza de eternidad que en mí alienta me asalta una extraña dificultad. Por una parte, rehuso hablar del «alma», que sólo a través del pórtico puede acceder a la vida. No me agrada hablar de la inmortalidad exclusiva del alma, puesto que yo me experimento a mí mismo como un ser inexcusablemente corporal, y esto sin hacer mención de otras dificultades teológicas que un tal lenguaje comportaría. Por otra parte, tiendo a imaginar aquel más allá en el que creo de modo totalmente abstracto y desmitoligizado. Con un tal pensamiento, ¿qué hacer de las nubes del cielo, las trompetas del juicio, la reunión de los muertos en el valle de Josafat, la súbita apertura de los sepulcros y demás cosas por el estilo? Las imágenes del más allá que ahora poseo me estragan y llegan a empequeñecerme cuando pienso que sólo en la muerte me adentraré en tu poder, en tu amor y en tu beatitud, sin saber cómo ocurrirá todo. Incluso estas frases que acabo de proferir quedan como cautivas de la «analogía» o semejanza de aproximación.

Así pues, ¿es mi fe en el más allá mi convicción en la resurrección de los muertos todavía demasiado poco «corpórea»? ¿Debo acaso preservarme de la sospecha de ser un puro espiritualista, con una fe cada vez más enteca? Me da, Señor, la impresión de que callas, dejándome sumido en la vacilación de mis fantasías. Voy a dejar a un lado ahora el esfuerzo por establecer los límites conceptuales entre el más allá y la resurrección propiamente dicha; se trataría de una ardua tarea que corresponde a la especulación teológica. Acaso me sea permitido ahora pensar que cuando rehuso esta o aquella imagen del más allá es porque puedo separar la realidad y su representación de ti y de la auténtica resurrección. En el fondo soy incapaz de aceptar del todo mis imágemes del más allá, como, por ejemplo, en qué silla voy a sentarme allí, si es que en el cielo he de tener un cuerpo que ubicar. Sin embargo, creo que puedo decir algo de todo este misterio, pues tu propia realidad y poder no tiene por qué anular todas estas realidades cuyas imágenes son supuestamente recusadas, sino que de modo sublime eres capaz de elevar cuanto el hombre imagina y siente. 

Pienso que se toman las cosas demasiado a la ligera cuando uno cree poder desprenderse totalmente de la materia por suponer que ésta no puede referirse personalmente a tu intimidad. En tal situación cree uno quedarse sólo con lo espiritual como plenitud, como si no hubiera de planificarse todo cuando llegue la hora de la culminación total. Ciertamente que la materia y el espíritu experimentarán una transfiguración distinta en el momento en que se manifieste lo que seremos en ti. Sin embargo, la materia puede realísimamente y de forma radical ser elevada y transformada, cuando se cumpla el instante en que advenga nuestra consumación. Sí, Señor, Tú estás muy por encima de nuestras abstracciones y distinciones. Mas de modo para nosotros incomprensible estás próximo a todo lo que nosotros, no sin cierta razón, percibimos infinitamente lejos de ti. Tú, en efecto, no eres sólo el creador de las cosas más encumbradas, sino el origen de todo. Si no pudiera con razón decirse que Tú estás próximo a la misma materia, podría llegarse a pensar que no la creaste y, como sostienen algunos filósofos, terminaría por creerse que ella es el «antiDios».

Por todo esto me gozo en la resurrección. Esta cláusula de nuestra fe no contiene una declaración acerca de una partícula secundaria del mundo. Se trata, más bien, de la afirmación radical en la que Tú, ¡oh, Señor!, no estás como algo extraño y como una realidad con un carácter puramente negativo. Tú has constituido también la materia como el origen más hondo de toda la realidad que se halla en evolución hasta llegar a las cumbres del espíritu con tu misma fuerza. Cuando hablo del cumplimiento exacto de mi existencia he de referirme al ver, a la danza, al gozo jocundo, al gusto y al paladeo, al tacto agradable. No obstante, desconozco cuál ha de ser el puesto de todas estas cosas junto a la visión inmediata de Dios, cabe la eterna e inaprehensible realidad y gloria. Sin embargo, este robusto discurso no puede convertirse en un espiritualismo tan poderoso que termine en un tenue discurso espiritual y metafísico, sólo en apariencia más fácil de entender que sus contrarios. Cuando llegue el día de la plenitud nos veremos sorprendidos de cómo todo será distinto a nuestras fantasías. Ello será así porque la transformación final se adecuará sorprendentemente al actual estado de nuestro ser. Mi espíritu y mi carne se regocijarán en Dios, mi salvador. Y ya que en la eternidad no contará el tiempo, me es indiferente la consideración de si mediará alguna dilación entre la plenificación personal del espíritu y lo que llamamos resurrección. Señor, yo espero en paciencia y esperanza. Espero como un ciego a quien se le ha prometido la irrupción de una luz. Espero en la resurrección de los muertos y de la carne.

Él nos amó primero

(Texto de Guillermo, abad del monasterio de San Teodorico)

Tú eres en verdad el único Señor, tú, cuyo dominio sobre nosotros es nuestra salvación; y nuestro servicio a ti no es otra cosa que ser salvados por ti.

¿Cuál es tu salvación, Señor, origen de la salvación, y cuál tu bendición sobre tu pueblo, sino el hecho de que hemos recibido de ti el don de amarte y de ser por ti amados?

Por esto has querido que el Hijo de tu diestra, el hombre que has confirmado para ti, sea llamado Jesús, es decir, Salvador, porque él salvará a su pueblo de los pecados, y ningún otro puede salvar.

El nos ha enseñado a amarlo cuando, antes que nadie, nos ha amado hasta la muerte en la cruz. Por su amor y afecto suscita en nosotros el amor hacia él, que fue el primero en amarnos hasta el extremo.

Así es, desde luego. Tú nos amaste primero para que nosotros te amáramos. No es que tengas necesidad de ser amado por nosotros; pero nos habías hecho para algo que no podíamos ser sin amarte.

Por eso, habiendo hablado antiguamente a nuestros padres por los profetas, en distintas ocasiones y de muchas maneras, en estos últimos días nos has hablado por medio del Hijo, tu Palabra, por quien los cielos han sido consolidados y cuyo soplo produjo todos sus ejércitos.

Para ti, hablar por medio de tu Hijo no significó otra cosa que poner a meridiana luz, es decir, manifestar abiertamente, cuánto y cómo nos amaste, tú que no perdonaste a tu propio Hijo, sino que lo entregaste por todos nosotros. El también nos amó y se entregó por nosotros.

Tal es la Palabra que tú nos dirigiste, Señor: el Verbo todopoderoso, que, en medio del silencio que mantenían todos los seres –es decir, el abismo del error–, vino desde el trono real de los cielos a destruir enérgicamente los errores y a hacer prevalecer dulcemente el amor.

Y todo lo que hizo, todo lo que dijo sobre la tierra, hasta los oprobios, los salivazos y las bofetadas, hasta la cruz y el sepulcro, no fue otra cosa que la palabra que tú nos dirigías por medio de tu Hijo, provocando y suscitando, con tu amor, nuestro amor hacia ti.

Sabías, en efecto, Dios creador de las almas, que las almas de los hombres no pueden ser constreñidas a ese afecto, sino que conviene estimularlo; porque donde hay coacción, no hay libertad, y donde no hay libertad, no existe justicia tampoco.

Quisiste, pues, que te amáramos los que no podíamos ser salvados por la justicia, sino por el amor; pero no podíamos tampoco amarte sin que este amor procediera de ti. Así pues, Señor, como dice tu apóstol predilecto, y como también aquí hemos dicho, tú nos amaste primero; y te adelantas en el amor a todos los que te aman.

Nosotros, en cambio, te amamos con el afecto amoroso que tú has depositado en nuestro interior. Por el contrario, tú, el más bueno y el sumo bien, amas con un amor que es tu bondad misma, el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo, el cual, desde el comienzo de la creación, se cierne sobre las aguas, es decir, sobre las mentes fluctuantes de los hombres, ofreciéndose a todos, atrayendo hacia sí a todas las cosas, inspirando, aspirando, protegiendo de lo dañino, favoreciendo lo beneficioso, uniendo a Dios con nosotros y a nosotros con Dios.

Con lazos de amor

(Texto de santa Catalina de Siena)

Dulce Señor mío, vuelve generosamente tus ojos misericordiosos hacia este tu pueblo, al mismo tiempo que hacia el cuerpo místico de tu Iglesia; porque será mucho mayor tu gloria si te apiadas de la inmensa multitud de tus criaturas que si sólo te compadeces de mí, miserable, que tanto ofendí a tu Majestad. Y ¿cómo iba yo a poder consolarme, viéndome disfrutar de la vida al mismo tiempo que tu pueblo se hallaba sumido en la muerte, y contemplando en tu amable Esposa las tinieblas de los pecados, provocadas precisamente por mis defectos y los de tus restantes criaturas?

Quiero, por tanto, y te pido como gracia singular, que la inestimable caridad que te impulsó a crear al hombre a tu imagen y semejanza no se vuelva atrás ante esto. ¿Qué cosa, o quién, te ruego, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella. Pero reconozco abiertamente que a causa de la culpa del pecado perdió con toda justicia la dignidad en que la habías puesto.

A pesar de lo cual, impulsado por este mismo amor, y con el deseo de reconciliarte de nuevo por gracia al género humano, nos entregaste la palabra de tu Hijo unigénito. El fue efectivamente el mediador y reconciliador entre nosotros y tú, y nuestra justificación, al castigar , y cargar sobre sí todas nuestras injusticias e iniquidades. El lo hizo en virtud de la obediencia que tú, Padre eterno, le impusiste, al decretar que asumiese nuestra humanidad. ¡Inmenso abismo de caridad! ¿Puede haber un corazón tan duro que pueda mantenerse entero y no partirse al contemplar el descenso de la infinita sublimidad hasta lo más hondo de la vileza, como es la de la condición humana?

Nosotros somos tu imagen, y tú eres la nuestra, gracias a la unión, que realizaste en el hombre, al ocultar tu eterna deidad bajo la miserable nube e infecta masa de la carne de Adán. Y esto, ¿por qué? No por otra causa que por tu inefable amor. Por este inmenso amor es por el que suplico humildemente a tu Majestad, con todas las fuerzas de mi alma, que te apiades con toda tu generosidad de tus miserables criaturas.

Venga a mí tu Reino

(Mateo 6,33: Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura)
En el comienzo del día,
venga a mí tu Reino, Señor;
al agradecer la vida,
venga a mí tu Reino, Señor;
en la oración matutina,
venga tu Reino, Señor;
en el transcurso del día,
venga a mí tu Reino, Señor;
en la faena del trabajo,
venga a mí tu Reino, Señor;
en todas las decisiones,
venga a mí tu Reino, Señor;
con el pan de cada día,
venga a mí tu Reino, Señor;
en los triunfos y alegrías,
venga a mí tu Reino, Señor;
en las dificultades y pruebas,
venga a mí tu Reino, Señor;
también en las tentaciones,
venga a mí tu Reino, Señor;
que cuando tenga caídas,
venga a mí tu Reino, Señor;
al terminar cada día,
venga a mí tu Reino, Señor;
y que al final de mi vida
venga a mí tu Reino, Señor.

Amén.

Cuarentena, en oración

(Mateo 7,7: Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá)
¿Qué hacer en amenaza?
¿A quién se debe acudir?
Momento es de decidir
buscar la mejor coraza.

Me retiro en cuarentena,
aislado en reflexión;
no en vana inacción
ni sordo a congoja ajena,
pero sí con mucha pena
viendo falta de oración
por la contaminación,
y no sólo de estos virus
como el coronavirus,
pido a Dios su santa acción.

¡Ven y actúa, Santo Dios!
Que tu amor se disemine
y a todos descontamine;
es vacuna que trae pros.

Amén.

La oración que agrada a Dios

(Mateo 6,7: Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados)
La oración que agrada a Dios:
concisa, no palabrera;
en que reconozca de Él
su voluntad y grandeza,
en que pida por lo de hoy,
mañana oraré a la vuelta;
pedir también protección
contra el maligno que tienta;
siempre incluir el perdón;
pedir a Dios lo conceda
cuando yo también perdone,
sino me vendrá condena.
Por eso en una plegaria,
hoy hurgando en mi conciencia
lo relativo al perdón
que el Padrenuestro me expresa,
me sale del corazón:
Padre, perdona mi ofensa,
que no es una, son bastantes
algunas de ellas, inmensas;
ayúdame a sanar
personales diferencias
prolongadas en el tiempo
como interminables guerras
convertidas en costumbre,
ya no tanto por afrenta;
¡Señor, hazme perdonar,
para lograr tu clemencia!

Amén.

Liberado por Dios

(De "Oraciones de vida" por Karl Rahner)

Dios, eterno misterio de nuestro ser, Tú nos has liberado al convertir tu propia inmensidad en la anchura ilimitada de nuestra vida.

Nos has salvado al convertir todo en provisional, excepto tu propia inmensidad.

Nos has hecho inmediatamente para ti cuando en nosotros y a nuestro derredor destruyes todos los ídolos a los que queremos adorar y en los que quedamos petrificados.

Tú sólo eres nuestro fin sin fin, por eso tenemos ante nosotros el infinito movimiento de la esperanza.

Si realmente creyéramos del todo en ti como te nos has dado, seríamos realmente libres.

Nos has prometido esta victoria porque Jesús en la muerte la ha conquistado para sí y para sus hermanos, pues te encontró de nuevo como Padre en la muerte del abandono.

En Jesús de Nazaret, el crucificado y resucitado, tenemos la certidumbre de que nada nos separará del amor: ni ideas ni poderes y potestades, ni el peso de la tradición ni la utopía de nuestros futuros, ni los dioses de la razón ni los de nuestros propios abismos, ni dentro de nosotros ni fuera.

En ese amor el Dios inefable, en su libertad omnicomprensiva, se nos ha dado en Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Alabanzas a Dios Altísimo

(De San Francisco de Asís)
Tú eres santo, Señor Dios único, que haces maravillas.
Tú eres fuerte, tú eres grande, tú eres altísimo,
tú eres rey omnipotente, tú, Padre santo, rey del cielo y de la tierra.
Tú eres trino y uno, Señor Dios de dioses,
tú eres el bien, todo el bien, el sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero.
Tú eres amor, caridad; tú eres sabiduría, tú eres humildad,
tú eres paciencia, tú eres belleza, tú eres mansedumbre,
tú eres seguridad, tú eres quietud, tú eres gozo,
tú eres nuestra esperanza y alegría,
tú eres justicia, tú eres templanza,
tú eres toda nuestra riqueza a satisfacción.
Tú eres belleza, tú eres mansedumbre;
 tú eres protector, tú eres custodio y defensor nuestro;
tú eres fortaleza, tú eres refrigerio.
Tú eres esperanza nuestra, tú eres fe nuestra, tú eres caridad nuestra,
tú eres toda dulzura nuestra, tú eres vida eterna nuestra:
Grande y admirable Señor, Dios omnipotente, misericordioso Salvador.

Oración de Nochebuena

(De "Oraciones de vida" por Karl Rahner) 
¡Oh Dios!, eterno misterio de nuestra vida;
por el nacimiento de tu Propia Palabra de amor en nuestra carne
has plantado la majestad eternamente joven de tu vida en nuestra propia existencia
y has hecho que se manifieste victoriosamente. 
Concédenos en la experiencia de la decepción de nuestra vida la fe de que tu amor,
que eres Tú mismo y que Tú nos has dado,
sea la eterna juventud de nuestra verdadera vida.

Oración de la mañana

(De "Encuentro" por Ignacio Larrañaga)
Señor, en el silencio de este día que nace,
vengo a pedirte paz,
sabiduría y fortaleza.
Hoy quiero mirar el mundo con ojos llenos
de amor; ser paciente,
comprensivo, humilde, suave y bueno.
Ver detrás de las apariencias a tus hijos,
como los ves Tú mismo,
para, así, poder apreciar
la bondad de cada uno.
Cierra mis oídos a toda murmuración,
guarda mi lengua de toda
maledicencia, que sólo los pensamientos
que bendigan permanezcan en mí.
Quiero ser tan bien intencionado y justo
que todos los que se
acerquen a mí, sientan tu presencia.
Revísteme de tu bondad, Señor,
y haz que durante este día,
yo te refleje. Amén.

Señor santo, Padre omnipotente

Oración de San Buenaventura
Señor santo, Padre omnipotente, Dios eterno,
por tu generosidad y la de tu Hijo quien por mí padeció pasión y muerte,
y por la excelentísima santidad de su Madre, y por los méritos de todos los santos,
concédeme a mí, pecador e indigno de cualquier beneficio tuyo,
que sólo a ti ame, que siempre tenga sed de tu amor,
que continuamente tenga en el corazón el beneficio de la pasión,
que reconozca mi miseria, que desee ser pisado y despreciado de todos;
que sólo la culpa me entristezca. Amén.

¿Quién me dará descansar en ti?

(De "Confesiones" por San Agustín)
Señor, compadécete de mí y escucha mi deseo.
Porque creo que no es de cosa de la tierra, oro, plata y piedras preciosas;
ni de hermosos vestidos, honores y poderíos ni de deleites carnales,
ni de cosas necesarias al cuerpo y a esta vida nuestra peregrinación,
todas las cuales cosas se dan por añadidura a los que buscan tu reino y tu justicia.

Ve, Dios mío, de dónde es este mi deseo.
Me contaron los inicuos sus deleites, pero no son como tu ley, Señor.
He aquí de dónde es mi deseo. Mira, ¡Oh Padre!, mira, y ve, y aprueba,
y sea grato delante de tu misericordia que yo halle gracia ante ti,
para que a mis llamadas se abran las interioridades de tus palabras.

Acción de gracias y petición del pueblo cristiano

De la carta del papa san Clemente I a los Corintios

En la oración y en las súplicas, pediremos al Artífice de todas las cosas que guarde, en todo el mundo, el número contado de sus elegidos, por medio de su Hijo amado, Jesucristo; en él nos llamó de las tinieblas a la luz, de la ignorancia al conocimiento de su gloria.

Nos llamaste para que nosotros esperáramos siempre, Señor, en tu nombre, pues él es el principio de toda criatura. Tú abriste los ojos de nuestro corazón, para que te conocieran a ti, el solo Altísimo en lo más alto de los cielos, el Santo que habita entre los santos. A ti, que abates la altivez de los soberbios, que deshaces los planes de las naciones, que levantas a los humildes y abates a los orgullosos; a ti, que enriqueces y empobreces; a ti, que das la muerte y devuelves la vida.

Tú eres el único bienhechor de los espíritus y Dios de toda carne, que penetras con tu mirada los abismos y escrutas las obras de los hombres; tú eres ayuda para los que están en peligro, salvador de los desesperados, criador y guardián de todo espíritu.

Tú multiplicas los pueblos sobre la tierra y, de entre ellos, escoges a los que te aman, por Jesucristo, tu siervo amado, por quien nos enseñas, nos santificas y nos honras.

Te rogamos, Señor, que seas nuestra ayuda y nuestra protección: salva a los oprimidos, compadécete de los humildes, levanta a los caídos, muestra tu bondad a los necesitados, da la salud a los enfermos, concede la conversión a los que han abandonado a tu pueblo, da alimento a los hambrientos, liberta a los prisioneros, endereza a los que se doblan, afianza a los que desfallecen. Que todos los pueblos te reconozcan a ti, único Dios, y a Jesucristo, tu Hijo, y vean en nosotros tu pueblo y las ovejas de tu rebaño.

Por tus obras has manifestado el orden eterno del mundo, Señor, creador del universo. Tú permaneces inmutable a través de todas las generaciones: justo en tus juicios, admirable en tu fuerza y magnificencia, sabio en la creación, providente en sustentar lo creado, bueno en tus dones visibles y fiel en los que confían en ti, el único misericordioso y compasivo.

Perdona nuestros pecados, nuestros errores; nuestras debilidades, nuestras negligencias. No tengas en cuenta los pecados de tus siervos y de tus siervas, antes purifícanos con el baño de tu verdad y endereza nuestros pasos por la senda de la santidad de corazón, a fin de que obremos siempre lo que es bueno y agradable ante tus ojos y ante los ojos de los que nos gobiernan.

Sí, oh Señor, haz brillar tu rostro sobre nosotros, y concédenos todo bien en la paz, protégenos con tu mano poderosa, líbranos, con tu brazo excelso, de todo mal y de cuantos nos aborrecen sin motivo. Danos, Señor, la paz y la concordia, a nosotros y a cuantos habitan en la tierra como la diste en otro tiempo a nuestros padres, cuando te invocaban piadosamente con confianza y rectitud de corazón.

Alabanza de la creación

(Texto del sacerdote y teólogo Karl Rahner)

¡Oh Dios!, debo confesarte y confesarme a mí mismo algo que una vez más me ha causado extrañeza. Me resulta difícil ver tu creación tan hermosa como sin duda lo es.

La Sagrada Escritura halla admirable tu creación; todos los poetas la cantan, incluso San Francisco en su cántico al sol, cuya última estrofa sobre la muerte es la que más me llega al alma.

Sí, lo sé, es culpa mía, es mi apatía, el desgaste de mis fuerzas espirituales lo que me impide dejarme arrebatar ante la contemplación del mar, de los montes nevados, de los bosques sombríos, del cosmos con sus millones de años luz y su curso veloz.

Aunque tampoco me estremece el horror de un Reinhold Schneider ante la recíproca destrucción de la Naturaleza en la que unos seres se devoran a otros (aun cuando Pablo me impide considerar este dolor de la Naturaleza como evidente), confieso, no obstante, que lamentablemente no siento como algo espontáneo e inmediato la magnificencia de tu creación, de la Naturaleza.

Hay bastante que ver, que oír, que oler en tu creación, por lo que el corazón pudiera y debiera alegrarse y dar gracias. Lo comprendo, pero mi corazón no rompe en un grito de júbilo. ¿Lo atribuyes benévolamente a la edad, que me atrofia y me seca? ¿Debo ser paciente conmigo mismo o debo obligarme con imperativos morales a unirme al coro de los poetas para cantar el poder, la excelencia, lo dulce y lo terrible de tu creación y por ahí vislumbrar quién eres Tú?

Loado seas por toda criatura, mi Señor, 
y en especial loado por el hermano sol 
que alumbra y abre el día y es bello en su esplendor 
y lleva por los cielos noticia de su autor. 
Y por la hermana luna, de blanca luz menor 
y las estrellas claras que tu poder creó 
tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son, 
y brillan en los cielos: ¡loado, mi Señor! 
Y por la hermana agua, preciosa en su candor, 
que es útil, casta, humilde: ¡loado, mi Señor! 
Por el hermano fuego que alumbra al irse el sol 
y es fuerte, hermoso, alegre: ¡loado, mi Señor! 
Y por la hermana tierra que es toda bendición, 
la hermana madre tierra que da en toca ocasión 
las hierbas y los frutos y flores de color 
y nos sustenta y rige: ¡loado, mi Señor! 
Y por la hermana muerte: ¡loado, mi Señor! 
Ningún viviente escapa de su persecución; 
¡ay si en pecado grave sorprende al pecador! 
¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios! 
¡No probarán la muerte de la condenación! 
Servidle con ternura y humilde corazón. 
Agradeced sus dones, cantad su creación. 
Las criaturas todas, load a mi Señor. 

Se puede también orar con un lenguaje que sobrepasa los propios sentimientos. Por esto también esta oración, que yo hago con palabras de San Francisco, puede ser escuchada por ti, Creador de todas las cosas, Creador de este hermoso mundo. Amén.

Oración

De San Claudio de la Colombière

Dios mío, estoy tan persuadido de que velas sobre todos los que en Ti esperan y de que nada puede faltar a quien de Ti aguarda todas las cosas, que he resuelto vivir en adelante sin cuidado alguno, descargando en Ti todas mis inquietudes. Ya dormiré en paz y descansaré, porque Tú, sólo Tú, has asegurado mi esperanza.

Los hombres pueden despojarme de los bienes y la reputación; las enfermedades pueden quitarme las fuerzas y los medios de servirte; yo mismo puedo perder tu gracia por el pecado; pero no perderé mi esperanza; la conservaré hasta el último instante de mi vida y serán inútiles todos los esfuerzos de los demonios del infierno para arrancármela. Dormiré y descansaré en paz.

Que otros esperen su felicidad de sus riquezas o de sus talentos; que se apoyen sobre la inocencia de su vida o sobre el rigor de su penitencia, o sobre el número de sus buenas obras, o sobre el fervor de sus oraciones. En cuanto a mí, Señor, toda mi confianza es mi confianza misma. Porque Tú, Señor, sólo Tú, has asegurado mi esperanza.

A nadie engañó esta confianza, ninguno de los que han esperado en el Señor ha quedado frustrados en su confianza. Por tanto, estoy seguro de que seré eternamente feliz, porque firmemente espero serlo y porque de Ti, Dios mío, es de quien lo espero. En Ti esperaré, Señor, y jamás seré confundido.

Bien conozco, y demasiado lo conozco, que soy frágil e inconstante; sé cuánto pueden las tentaciones contra la virtud más firme; he visto caer los astros del cielo y las columnas del firmamento; pero nada de esto puede aterrarme. Mientras mantenga firme mi esperanza me conservaré a cubierto de todas las calamidades; y estoy seguro de esperar siempre, porque espero igualmente esta invariable esperanza.

Así, espero que me sostendrás en las más rápidas y resbaladizas pendientes, que me fortalecerás contra los más violentos asaltos, y que harás triunfar mi flaqueza sobre mis más formidables enemigos. Que me protegerás tanto de los éxitos como de los fracasos, esas dos horribles falacias del mundo...

Espero que me amarás siempre y que yo te amaré sin interrupción; y para llegar de una vez con toda mi esperanza tan lejos como puede llegarse, te espero a Ti mismo, Creador mío, para el tiempo y para la eternidad. Amén.

Crece la luz bajo tu hermosa mano

Himno de la Liturgia de las Horas
Crece la luz bajo tu hermosa mano,
Padre celeste, y suben
los hombres matutinos al encuentro
de Cristo primogénito.

Él hizo amanecer ante tus ojos
y enalteció la aurora,
cuando aún no estaba el hombre sobre el mundo
para poder cantarle.

Él es principio y fin del universo,
y el tiempo, en su caída,
se acoge al que es la fuerza de las cosas
y en él rejuvenece.

Él es quien nos reanima y fortalece,
y hace posible el himno
que, ante las maravillas de tus manos,
cantamos jubilosos.

He aquí la nueva luz que asciende y busca
su cuerpo misterioso;
he aquí, en la claridad de la mañana,
el signo de tu rostro.

Envía, Padre eterno, sobre el mundo
el soplo de tu Hijo,
potencia de tu diestra y primogénito
de todos los que mueren.
Amén.

Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concederá...

Oración de Santa Teresita de Lisieux
Padre eterno, tu Hijo único,
el dulce Niño Jesús,
 es mío,
porque tú me lo diste.
 Te ofrezco los méritos infinitos de su divina infancia,
y te pido en su nombre
que llames a las alegrías del cielo
a innumerables falanges de niñitos
que sigan eternamente al divino Cordero.

Al estudiar

Oración de Santo Tomás de Aquino (1225-1274)
¡Oh inefable Creador nuestro que con los tesoros de tu Sabiduría formaste tres jerarquías de ángeles
y las colocaste con orden admirable en el empíreo cielo,
y distribuiste las partes de todo el universo con suma elegancia!:
Tú Señor, que eres la verdadera fuente de luz y de sabiduría, y el soberano principio de todo,
dígnate infundir sobre las tinieblas de mi entendimiento el rayo de tu claridad,
removiendo de mí las dos clases de tinieblas en que he nacido, el pecado y la ignorancia.
Tú, que haces elocuentes las lenguas de los infantes,
instruye mi lengua y difunde en mis labios la gracia de tu bendición.
Dame agudeza para entender, capacidad para retener, método y facultad para aprender,
sutileza para interpretar, gracia y abundancia para hablar.
Dame acierto al empezar, dirección al progresar, y perfección al acabar.
¡Oh Señor!, que vives y reinas, verdadero Dios y Hombre por los siglos de los siglos.
Amén.

Tú me conoces

(De "Jesús Está Vivo" por Emiliano Tardif)
Dios mío, tú que me escrutas y me conoces; sabes cuándo me siento y cuándo me levanto;
mis pensamientos calas desde lejos, observas si voy de viaje o si me acuesto,
familiares te son todas mis sendas.
No está aún en mi lengua la palabra, y ya tú, Dios mío, la conoces entera.
Me aprietas por detrás y por delante, y tienes puesta sobre mí tu mano.
¿A dónde iré lejos de tu Espíritu, a dónde de tu rostro podré huir?
Si hasta los cielos subo, allí estás tú, si en el sheol me acuesto, allí te encuentro.
Si tomo las alas de la aurora, si voy a parar a lo último del mar,
también allí tu mano me conduce, tu diestra me aprehende.
Aunque diga: "me cubra al menos la tiniebla, y noche sea la luz en torno a mí"
la misma tiniebla no es tenebrosa para ti, y la noche es luminosa como el día.
Porque tú mis riñones has formado, me has tejido en el vientre de mi madre;
te doy gracias por tan grandes maravillas; prodigio soy, prodigios son tus obras...
Mi alma conocías cabalmente, y mis huesos no se te ocultaban,
cuando yo era hecho en lo secreto, tejido en las honduras de la tierra.
Mis acciones tus ojos las veían, todas ellas estaban en tu libro,
escritos mis días, señalados, sin que ninguno de ellos existiera.
¡Cuán insondables, oh Dios, tus pensamientos, que incontable su suma!
¡Son más, si los recuento, que la arena!
y al terminar ¡todavía me quedas tú!