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Marcos 9,37-42. 44.46-47: El que no está contra nosotros está a favor nuestro


En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús:
-Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.
Jesús respondió:
-No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro.
El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al abismo, al fuego que no se apaga.
Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida que ser echado con los dos pies al abismo.
Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser echado al abismo con los dos ojos, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.

REFLEXIÓN (de "Espíritu y mensaje de la liturgia dominical - Año B" por Johan Konings):

Ya que Mc habló de acoger pequeños "en nombre de Jesús", habla ahora de exorcizar "en nombre de Jesús" (corriente de sentencias en la base de asociación verbal, muy común en la tradición oral de los primeros cristianos). Esto es, naturalmente, muy bueno, pero a los primeros cristianos no les gustaba que fuera hecho por quien no pertenecía a su grupo. Taumaturgos y exorcistas no cristianos, notando la "fuerza" del nombre de Jesús, trataban y conseguían éxito usando este nombre en sus "trabajos". Pero los cristianos exigían derechos de autor. En respuesta, Mc trae una sentencia de Jesús: "El que no está contra nosotros, está en favor nuestro". Respuesta de buen sentido y desapego evangélico, pues lo importante es que el nombre de Jesús sea honrado. Pero quien considera el "grupo" más importante que el nombre de Jesús, queda indispuesto por estos hechos. No puede aceptar que florezcan dones cristianos fuera de la Iglesia, pues, ¿por qué entonces hacer tanto esfuerzo para ser cristiano?

Jesús presta poca atención a esta clase de objeciones. Los reunidos por él no deben pensar que son los únicos en quienes pueda obrar su espíritu. Ser reunido por Cristo es una gracia, pero no un monopolio, por lo cual podemos pedirles cuentas. Por el contrario, debemos desear que sus beneficios se divulguen lo más ampliamente posible. Moisés les dio a los hebreos una lección en este sentido. En el momento de la asamblea de los setenta ancianos que recibieron "algo del espíritu de Moisés", dos habían permanecido en el campamento, pero recibieron también el espíritu profético. Josué quiere impedírselo, pero Moisés replica: "Ojalá todo el pueblo recibiera así el espíritu" (Primera Lectura).

Estas ideas pueden escandalizar a muchas personas. Se escandalizan, en primer lugar, aquellos para los cuales el "grupo" es todo. Debemos decir: lo más importante no es la Iglesia en sí, sino Cristo y su espíritu. ¿Y el antiguo adagio: "Extra Ecclesiam nulla salus" entonces? Además de ser una frase de un "hereje" (Tertuliano), nunca fue proclamada dogma. Para Tertuliano significaba que, quien tiene la salvación en la Iglesia, la pierde, cuando abandona la Iglesia (problema de los apóstatas en tiempo de la persecución). Ahora, en este sentido, podemos todavía suscribirla hoy.

Pero se escandalizan también los que apoyan toda su manera de ver en aquella otra sentencia de Jesús (acentúo: otra, pues no es la misma): "Quien no está conmigo, está contra mí" (Mt 12,30 y Lc 11,23). Aquí estamos en un contexto de enemistad contra Jesús (los escribas lo acusaban de expulsar los demonios por la fuerza de Belcebú). Ahora bien, en ese contexto, la gente debe elegir: quien no se coloca de parte de Jesús, se coloca de la otra parte, evidentemente. Pero eso no tiene nada que ver con el caso de alguien que recibe los dones de Cristo fuera de la Iglesia.

La "corriente" continúa. Aun hablando de la frase "en nombre de Cristo", Jesús promete recompensa por el mínimo beneficio hecho a alguien "por ser de Cristo". Y como se estaba hablando también de pequeños, se puede decir algo sobre el escándalo dado a los pequeños. Y, hablando de escándalo: la gente tiene que arrancar de su vida las raíces del escándalo, las causas de las debilidades en la fe, así como se corta una mano cuando ésta pone en peligro todo el cuerpo (o como se saca un diente cuando causa jaqueca).

Por tanto, el evangelio de hoy dificulta la acentuación de un mensaje central: los asuntos son diversos y desconectados. Pero la liturgia acentúa la cuestión de la posibilidad de que Dios obre fuera de la asamblea "regular". Parece que este punto debe mantener la atención de la catequesis litúrgica. Y es muy importante, en nuestro ambiente, en donde los curanderos y espiritistas hacen "trabajos" en nombre de Jesús (y con éxito). Existe una mentalidad de asustar a los fieles contra todo lo que se hace en el sincretismo religioso popular. Tal vez sería más evangélico no tanto rechazar y sí —sin ocultar las graves vicisitudes de este tipo de religión— reconocer que también allí Dios puede llevar a los hombres a poner en obra su amor. Dicha actitud mostrará una faz comprensiva de la Iglesia, tratando de reconocer en todo el bien, y llevaría a menos personas a buscar en otra parte lo que no encuentra respuesta humana en un catolicismo formalizado e intelectual.

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Marcos 9,38-43.45.47-48: uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí


En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús:

-Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.

Jesús respondió:

-No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro.

El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al abismo, al fuego que no se apaga.

Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida que ser echado con los dos pies al abismo.

Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser echado al abismo con los dos ojos, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.

REFLEXIÓN (de la homilía del P. Raniero Cantalamessa, ofmcap):

Uno de los apóstoles, Juan, vio expulsar demonios en nombre de Jesús a uno que no era del círculo de los discípulos y se lo prohibió. Al contarle el incidente al Maestro, se oye que Él responde: «No se lo impidáis... El que no está contra nosotros, está por nosotros».

Se trata de un tema de gran actualidad. ¿Qué pensar de los de fuera, que hacen algo bueno y presentan las manifestaciones del Espíritu, sin creer aún en Cristo y adherirse a la Iglesia? ¿También ellos se pueden salvar?

La teología siempre ha admitido la posibilidad, para Dios, de salvar a algunas personas fuera de las vías ordinarias, que son la fe en Cristo, el bautismo y la pertenencia a la Iglesia. Esta certeza se ha afirmado sin embargo en época moderna, después de que los descubrimientos geográficos y las aumentadas posibilidades de comunicación entre los pueblos obligaron a tomar nota de que había incontables personas que, sin culpa suya alguna, jamás habían oído el anuncio del Evangelio, o lo habían oído de manera impropia, de conquistadores o colonizadores sin escrúpulos que hacían bastante difícil aceptarlo. El Concilio Vaticano II dijo que «el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual» de Cristo, y por lo tanto se salven (Constitución Pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia y el mundo actual, n. 22).

¿Ha cambiado entonces nuestra fe cristiana? No, con tal de que sigamos creyendo dos cosas: primero, que Jesús es, objetivamente y de hecho, el Mediador y el Salvador único de todo el género humano, y que también quien no le conoce, si se salva, se salva gracias a Él y a su muerte redentora. Segundo: que también los que, aún no perteneciendo a la Iglesia visible, están objetivamente «orientados» hacia ella, forman parte de esa Iglesia más amplia, conocida sólo por Dios.

Dos cosas, en nuestro pasaje del Evangelio, parece exigir Jesús de estas personas «de fuera»: que no estén «contra» Él, o sea, que no combatan positivamente la fe y sus valores, esto es, que no se pongan voluntariamente contra Dios. Segundo: que, si no son capaces de servir y amar a Dios, sirvan y amen al menos a su imagen, que es el hombre, especialmente el necesitado. Dice de hecho, a continuación de nuestro pasaje, hablando aún de aquellos de fuera: «Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa».

Pero aclarada la doctrina, creo que es necesario rectificar también algo más, y es la actitud interior, la psicología de nosotros, los creyentes. Se puede entender, pero no compartir, la mal escondida contrariedad de ciertos creyentes al ver caer todo privilegio exclusivo ligado a la propia fe en Cristo y a la pertenencia a la Iglesia: «Entonces, ¿de qué sirve ser buenos cristianos...?». Deberíamos, al contrario, alegrarnos inmensamente frente a estas nuevas aperturas de la teología católica. Saber que nuestros hermanos de fuera también tienen la posibilidad de salvarse: ¿qué existe que sea más liberador y qué confirma mejor la infinita generosidad de Dios y su voluntad de «que todos los hombres se salven» (1 Tm 2,4)? Deberíamos hacer nuestro el deseo de Moisés recogido en la primera lectura de este domingo: «¡Quisiera de Dios que le diera a todos su Espíritu!».

¿Debemos, con esto, dejar a cada uno tranquilo en su convicción y dejar de promover la fe en Cristo, dado que uno se puede salvar también de otras maneras? Ciertamente no. Sólo deberíamos poner más énfasis en el motivo positivo que en el negativo. El negativo es: «Creed en Jesús, porque quien no cree en Él estará condenado eternamente»; el motivo positivo es: «Creed en Jesús, porque es maravilloso creer en Él, conocerle, tenerle al lado como Salvador, en la vida y en la muerte».

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