Mostrando las entradas con la etiqueta Textos espirituales de san Gregorio de Nisa. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Textos espirituales de san Gregorio de Nisa. Mostrar todas las entradas

Dios se ha manifestado en la carne

(Comentario de san Gregorio de Nisa sobre el Cantar de los Cantares)

Oíd, que llega saltando sobre los montes. ¿Cuál es el sentido de estas palabras? Posiblemente nos revelan ya el mensaje evangélico, esto es, la manifestación de la economía del Verbo de Dios, anunciada con anterioridad por los profetas y manifestada mediante la aparición del Señor en la carne. Mirad: se ha parado detrás de la tapia, atisba por las ventanas, mira por las celosías. La oración une a Dios la naturaleza humana, después de haberla iluminado previamente por medio de los profetas y los preceptos de la ley. De modo que en las «ventanas» vemos prefigurados a los profetas que dan paso a la luz, y en las «celosías» el entramado de los preceptos legales: ambos, ley y profetas, introducen el esplendor de la verdadera luz. Pero la plena iluminación sólo se realizó cuando, a los que vivían en tinieblas y en sombra de muerte, se les apareció la verdadera luz por su unión con la naturaleza humana. Así pues, en un primer momento los rayos de las visiones proféticas, reverberando en el alma y acogidos en la mente a través de ventanas y celosías, infunden en nosotros el deseo de contemplar el sol a cielo abierto, para comprobar, en un segundo momento, que el objeto de nuestros deseos se ha convertido en realidad.

¡Levántate, amada mía, hermosa mía, paloma mía, ven a mí! ¡Cuántas verdades nos revela el Verbo en estas pocas palabras! Vemos, en efecto, cómo el Verbo va conduciendo a la esposa de virtud en virtud, como a través de los peldaños de una escalera. Comienza por enviar un rayo de su luz por las ventanas proféticas o por medio de las celosías de los preceptos de la ley, invitándola a que se acerque a la luz; para que se embellezca cual paloma formada en la luz; luego, cuando la esposa ha absorbido toda la belleza de que era capaz, nuevamente, y como si hasta el presente no le hubiera comunicado ningún bien, la atrae a una participación de bienes supereminentes, de suerte que el nivel de perfección ya conseguido aviva ulteriormente su deseo, y debido al esplendor de la belleza ante la que tan pequeña se siente, abriga la sensación de estar apenas iniciando su ascensión hacia Dios.

Por eso, después de haberla despertado, le dice nuevamente: Levántate, y cuando la ve acercarse la anima diciendo: Ven. Pues ni al que de verdad se levanta se le quitará la posibilidad de levantarse de nuevo, ni al que corre tras el Señor le faltará jamás amplio y dilatado espacio para llevar a cabo esta divina carrera. Conviene, pues, estar siempre prontos a levantarnos y a estar a la escucha; conviene no desistir en la carrera, aun cuando estemos próximos a la meta. En resumen: cuantas veces oigamos decir: Levántate y Ven, tantas se nos ofrece la posibilidad de progresar en la bondad.

Éste es el grupo que busca al Señor

(Texto de San Gregorio de Nisa)

¡Qué agradable compañero es el profeta David en todos los caminos de la vida humana! ¡Qué apropiado para todas las edades espirituales! ¡Qué cómodo resulta para cualquier grado o condición de las almas que avanzan por los caminos del espíritu! Juega con los que ante Dios son niños o muchachos; se asocia a los hombres maduros en el combate y la lucha; instruye a la juventud; sostiene a los ancianos. Se pone al servicio de todos: arma de los soldados, es entrenador de púgiles, palestra de los luchadores, corona de los vencedores; animador en los banquetes; en los funerales, consuelo de los que lloran.

En uno de estos salmos quiere que seas oveja llevada a pastar por Dios y goces de este modo de la abundancia de todos los bienes, teniendo a disposición hierba, pienso y agua refrescante. Este pastor modelo se te ofrece como alimento, tienda, camino, guía, todo, y oportunamente distribuye su gracia en cualquier necesidad. Con todo lo cual David enseña a la Iglesia que lo primero que debes hacer es convertirte en oveja del buen pastor, conducido a los pastos y a las fuentes de la divina doctrina mediante una buena catequesis de iniciación, para que seas sepultado por el bautismo con él en la muerte, sin que una muerte semejante tenga por qué darte miedo.

Esta, en realidad, no es la verdadera muerte, sino su sombra y su imagen. Pues aunque camine —dice— en las sombras de la muerte, nada temo a lo malo que pudiera ocurrirme, porque tú vas conmigo. Además, el cayado del espíritu consuela. Pues el Espíritu es el Consolador. A continuación, ofrece un místico banquete, aderezado en oposición a la mesa de los demonios, ya que mediante la idolatría los demonios atormentaron la vida de los hombres y a los demonios se opone la mesa del Espíritu. A este propósito, unge la cabeza con el óleo del espíritu, añadiendo el vino que alegra el corazón; infunde en el alma aquella sobria embriaguez y, apartando la mente de las cosas caducas e inestables, la conduce a las eternas. Realmente, el que está bajo los efectos de una tal embriaguez, permuta esta breve vida por la inmortalidad, y habita en la casa del Señor por años sin término.

Después de habernos obsequiado en uno de los salmos tan espléndidamente, en otro que le sigue inmediatamente levanta el ánimo a placeres todavía mayores y más perfectos, cuyo significado os voy a explicar, si os parece, en pocas palabras.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena. Oh hombre, ¿qué tiene, pues, de extraño que nuestro Dios haya aparecido en la tierra y haya vivido entre los hombres? El fue quien creó y fundó la tierra. Por tanto nada tiene de insólito ni de absurdo que el Señor venga a su propia casa. Porque no ha plantado su tienda en tierra extraña, sino en la que él mismo fabricó y dio consistencia, el que fundó la tierra sobre los mares e hizo que estuviera afianzada sobre las corrientes fluviales. Y ¿cuál fue la razón de su venida? No otra sino la de conducirte sobre el monte, liberado ya de la vorágine del pecado y triunfalmente sentado sobre la carroza del reino, es decir, sobre el cortejo de las virtudes.

En efecto, no te es lícito subir a aquel monte, si no te haces acompañar por el cortejo de las virtudes, fueras de manos inocentes, estuvieres exento de toda culpa; si, siendo limpio de corazón, apartares tu alma de toda vanidad y no engañares a tu prójimo dolosamente. La bendición será el premio de una tal ascensión; a éste, Dios le abrirá los tesoros de su misericordia. Este es el grupo que busca al Señor, ascendiendo a lo alto por la escala de la virtud, del grupo que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

Tú que has sido crucificado juntamente con Cristo, ofrécete a Dios como sacerdote sin tacha

(De las cartas de san Gregorio de Nisa)

Puestos los ojos en aquel que es perfecto, con ánimo valeroso y confiado emprende esta magnífica navegación sobre la nave de la templanza, pilotada por Cristo e impulsada por el soplo del Espíritu Santo.

Si es ya cosa grave cometer un solo pecado, y si precisamente por ello juzgas más seguro no arriesgarte a una meta tan sublime, ¿cuánto más grave no será hacer del pecado la ocupación de la propia existencia, y vivir absolutamente alejado del ideal de una vida pura? ¿Cómo es posible que quien vive inmerso en la vida terrena y está satisfecho con su pecado, escuche la voz de Cristo crucificado, muerto al pecado, que le invita a seguirle llevando a cuestas la cruz cual trofeo arrancado al enemigo, si no se ha dignado morir al mundo ni mortificar su carne? ¿Cómo puedes obedecer a Pablo, que te exhorta con estas palabras: Presenta tu cuerpo como hostia viva, santa, agradable a Dios, tú que tienes al mundo por modelo, tú que, ni transformado por un cambio de mentalidad ni decidido a caminar por esta nueva vida, te empeñas en seguir los postulados del hombre viejo?

¿Cómo puedes ejercer el sacerdocio de Dios tú que has sido ungido precisamente para ofrecer dones a Dios? Porque el don que debes ofrecer no ha de ser un don totalmente ajeno a ti, tomado, como sustitución, de entre los bienes de que estás rodeado, sino que ha de ser un don realmente tuyo, es decir, tu hombre interior, que ha de ser cual cordero inocente y sin defecto, sin mancha alguna ni imperfección. ¿Cómo podrás ofrecer a Dios estas mismas cosas, tú que no observas la ley que prohíbe que el impuro ejerza las funciones sagradas? Y si deseas que Dios se te manifieste, ¿por qué no escuchas a Moisés que ordenó al pueblo abstenerse de las relaciones conyugales si quería contemplar el rostro de Dios?

Si estas cosas se te antojan baladíes: estar crucificado junto con Cristo, presentarte a ti mismo como hostia para Dios, convertirte en sacerdote del Altísimo y ser considerado digno de aquel grandioso resplandor de Dios, ¿qué cosas más sublimes podremos recomendarte si incluso las realidades que de ellas se seguirían van a parecerte deleznables? Del estar crucificado junto con Cristo se sigue la participación en su vida, en su gloria y en su reino; y del hecho de presentarse a Dios como oblación se consigue la conmutación de la naturaleza y dignidad humana por la angélica.

Ahora bien, el que es recibido por aquel que es el verdadero sacrificio y se une al sumo príncipe de los sacerdotes, queda por eso mismo constituido sacerdote para siempre y la muerte no le impide permanecer indefinidamente. Por su parte, el fruto de aquel que se considera digno de ver a Dios, no puede ser otro que éste: que se le considere digno de ver a Dios. Ésta es la meta suprema de la esperanza, ésta es la plenitud de todo deseo, éste es el fin y la síntesis de toda gracia y promesa divina y de aquellos bienes inefables, que ni la inteligencia ni los sentidos son capaces de percibir.

Esto es lo que ardientemente deseó Moisés, esto es lo que anhelaron muchos profetas, esto es lo que ansiaron ver los reyes: pero únicamente son considerados dignos los limpios de corazón, que por eso mismo se les considera y son dichosos, porque ellos verán a Dios. Deseamos que tú te conviertas en uno de éstos, que, crucificado junto con Cristo, te ofrezcas a Dios como sacerdote sin tacha; que, convertido en sacrificio puro de castidad mediante una total y pura integridad, te prepares, con su ayuda, a la venida del Señor, para que también tú puedas contemplar, con corazón limpio, a Dios, según la promesa del mismo Dios y Salvador nuestro Jesucristo, con quien sea dada la gloria al Dios todopoderoso, juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

Tiene su tiempo el nacer y su tiempo el morir

(De las homilías de San Gregorio de Nisa, sobre el libro del Qohelet)

Tiene su tiempo —leemos— el nacer y su tiempo el morir. Bellamente comienza yuxtaponiendo estos dos hechos inseparables, el nacimiento y la muerte. Después del nacimiento, en efecto, viene inevitablemente la muerte, ya que toda nueva vida tiene por fin necesario la disolución de la muerte.

Tiene su tiempo —dice— el nacer y su tiempo el morir. ¡Ojalá se me conceda también a mí el nacer a su tiempo y el morir oportunamente! Pues nadie debe pensar que el Eclesiastés habla aquí del nacimiento involuntario y de la muerte natural, como si en ello pudiera haber algún mérito. Porque el nacimiento no depende de la voluntad de la mujer, ni la muerte del libre albedrío del que muere. Y lo que no depende de nuestra voluntad no puede ser llamado virtud ni vicio. Hay que entender esta afirmación, pues, del nacimiento y muerte oportunos.

Según mi entender, el nacimiento es a tiempo y no abortivo cuando, como dice Isaías, aquel que ha concebido del temor de Dios engendra su propia salvación con los dolores de parto del alma. Somos, en cierto modo, padres de nosotros mismos cuando, por la buena disposición de nuestro espíritu y por nuestro libre albedrío, nos formamos a nosotros mismos, nos engendramos, nos damos a luz.

Esto hacemos cuando aceptamos a Dios en nosotros, hechos hijos de Dios, hijos de la virtud, hijos del Altísimo. Por el contrario, nos damos a luz abortivamente y nos hacemos imperfectos y nacidos fuera de tiempo cuando no está formada en nosotros lo que el Apóstol llama la forma de Cristo. Conviene, por tanto, que el hombre de Dios sea íntegro y perfecto.

Así, pues, queda claro de qué manera nacemos a su tiempo; y, en el mismo sentido, queda claro también de qué manera morimos a su tiempo y de qué manera, para san Pablo, cualquier tiempo era oportuno para una buena muerte. El, en efecto, en sus escritos, exclama a modo de conjuro: Por el orgullo que siento por vosotros, cada día estoy al borde de la muerte, y también: Por tu causa nos degüellan cada día. Y también nosotros nos hemos enfrentado con la muerte.

No se nos oculta, pues, en qué sentido Pablo estaba cada día al borde de la muerte: él nunca vivió para el pecado, mortificó siempre sus miembros carnales, llevó siempre en sí mismo la mortificación del cuerpo de Cristo, estuvo siempre crucificado con Cristo, no vivió nunca para sí mismo, sino que Cristo vivía en él. Esta, a mi juicio, es la muerte oportuna, la que alcanza la vida verdadera.

Yo —dice el Señor— doy la muerte y la vida, para que estemos convencidos de que estar muertos al pecado y vivos en el espíritu es un verdadero don de Dios. Porque el oráculo divino nos asegura que es él quien, a través de la muerte, nos da la vida.

Amad los trofeos y las coronas que Dios tiene preparados para sus atletas

(Texto de san Gregorio de Nisa)

Todos los santos arrostraron los peligros, movidos por su confianza en Dios y la libre confesión de su fe, y ofrecieron su cuerpo a quienes querían desgarrarlo y martirizarlo de mil maneras, pero ninguna dificultad logró doblegarlos o disuadirlos, en la esperanza de conseguir como premio de su sangre y de sus preclaras gestas el honor del reino de los cielos.

Por él aceptó Abrahán la orden de sacrificar a su hijo; Moisés hubo de bandearse entre las asperezas y dificultades del desierto, Elías llevó en la soledad una vida dura; y todos los profetas rodaron por el mundo vestidos con pieles de oveja y de cabra, oprimidos, maltratados. Por él y a causa del evangelio, los evangelistas fueron infamados y los mártires lucharon contra los tormentos de los tiranos.

Y todo el que es realmente hombre racional e imagen de Dios y se ha familiarizado con las realidades sublimes y celestiales, no quiere estar, ni ser resucitado junto con los hombres que vuelven a la vida, a menos de ser considerado digno de ser alabado por Dios y recibir los honores tributados al siervo bueno.

Con este propósito, también David hace suya la sed de la cierva para expresar lo vehemente de su deseo de Dios; ansía ver el rostro de Dios, para gozarse con unos abrazos que caen bajo el dominio de la inteligencia. Y Pablo desea ser despojado del cuerpo, como de un vestido pesado e incómodo, para estar con Cristo: ambos a dos no piensan sino en el gozo bienaventurado e indefectible. De no existir este amor, todo lo demás no pasa de ser —como muy bien dice el Predicador— vaciedad sin sentido.

Por tanto, cristianos, que compartís el mismo llamamiento, huid de este modo de pensar, digno de ladrones y maleantes, y no consideréis una suerte escapar del suplicio; amad más bien los trofeos y las coronas que Dios tiene preparados para los atletas de la justicia; anhelad sinceramente el bautismo, recibid el talento y cuidad de que no quede improductivo: de esta forma —como quiere la parábola— se os dará autoridad sobre diez ciudades. Pues quien, habiendo sido sepultado al recibir el bautismo, esconde su talento en tierra, oirá ciertamente lo que se le dijo al empleado negligente y holgazán. Quien recientemente ha sido iluminado y su modo de obrar no es consecuente con su fe, es como si hubiera cometido un delito.

Estuvo cautivo, reo de innumerables crímenes, vivió bajo el régimen del miedo al juicio y del terror al día de la cuenta. De repente, la benevolencia del rey abrió la cárcel, dejó en libertad a los malhechores. Alabado sea quien concedió la amnistía, el que, con su generosa bondad, conservó la vida a quienes no esperaban vivir. Que este tal tome conciencia de sí mismo y viva en la humildad: que no se gloríe, como si hubiera realizado una gran proeza, por el hecho de haber sido liberado de las cadenas. Porque el perdón de los crímenes es exponente de la misericordia del que lo ha concedido, no signo de la presunta rectitud del perdonado.

El primogénito de la nueva creación

(De las Disertaciones de san Gregorio de Nisa, obispo)

Ha llegado el reino de la vida y ha sido destruido el imperio de la muerte. Ha hecho su aparición un nuevo nacimiento, una vida nueva, un nuevo modo de vida, una transformación de nuestra misma naturaleza. ¿Cuál es este nuevo nacimiento? El de los que nacen no de la sangre ni del deseo carnal ni de la voluntad del hombre, sino del mismo Dios. Sin duda te preguntarás: "¿Cómo puede ser esto?" Pon atención, que te lo voy a explicar en pocas palabras. Este nuevo germen de vida es concebido por la fe, es dado a luz por la regeneración bautismal, tiene por nodriza a la Iglesia, que lo amamanta con su doctrina y enseñanzas, y su alimento es el pan celestial; la madurez de su edad es una conducta perfecta, su matrimonio es la unión con la Sabiduría, sus hijos son la esperanza, su casa es el reino y su herencia y sus riquezas son las delicias del paraíso; su fin no es la muerte, sino aquella vida feliz y eterna, preparada para los que se hacen dignos de ella.

Éste es el día en que actuó el Señor, día en gran manera distinto de los días establecidos desde la creación del mundo, que son medidos por el paso del tiempo. Este otro día es el principio de una segunda creación. En este día, efectivamente, Dios hace un cielo nuevo y una tierra nueva, según palabras del profeta. ¿Qué cielo? El firmamento de la fe en Cristo. ¿Qué tierra? El corazón bueno de que habla el Señor, la tierra que absorbe la lluvia, que cae sobre ella, y produce fruto multiplicado.

El sol de esta nueva creación es una vida pura; las estrellas son las virtudes; el aire es una conducta digna; el mar es el abismo de riqueza de la sabiduría y ciencia; las hierbas y el follaje son la recta doctrina y las enseñanzas divinas, que son el alimento con que se apacienta la grey divina, es decir, el pueblo de Dios; los árboles frutales son la observancia de los mandamientos.

Éste es el día en que es creado el hombre verdadero a imagen y semejanza de Dios. ¿No es todo un mundo el que es inaugurado para ti por este día en que actuó el Señor? A este mundo se refiere el profeta, cuando habla de un día y una noche que no tienen semejante.

Pero aún no hemos explicado lo más destacado de este día de gracia. Él ha destruido los dolores de la muerte, él ha engendrado al primogénito de entre los muertos.

Cristo dice: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. ¡Oh mensaje lleno de felicidad y de hermosura! El que por nosotros se hizo hombre, siendo el Hijo único, quiere hacernos hermanos suyos y, para ello, hace llegar hasta el Padre verdadero su propia humanidad, llevando en ella consigo a todos los de su misma raza.

La voluntad de Cristo, norma de nuestra vida

(Del tratado sobre el perfecto modelo del cristiano, de San Gregorio de Nisa, obispo)

Cuando se nos enseña que Cristo es la redención y que para redimirnos él mismo se entregó como precio, confesamos al mismo tiempo que, al constituirse en precio de cada una de las almas y otorgándonos la inmortalidad, nos ha convertido —a nosotros comprados por él dando vida por muerte— en posesión suya propia. Ahora bien, si somos propiedad del que nos redimió, sigamos incondicionalmente al Señor, de modo que ya no vivamos para nosotros, sino para el que nos compró al precio de su vida: pues ya no somos dueños de nosotros mismos; nuestro Señor es aquel que nos compró y nosotros estamos sometidos a su dominio. En consecuencia, su voluntad ha de ser la norma de nuestro vivir.

Y así como cuando la muerte nos oprimía con tiránica dominación, todo en nosotros lo disponía la ley del pecado, así ahora que estamos destinados a la vida es lógico que nos gobierne la voluntad del Todopoderoso, no sea que renunciando por el pecado a la voluntad de vivir, nuevamente caigamos por decisión propia bajo la impía dominación del pecado.

Esta reflexión nos unirá más estrechamente al Señor, sobre todo si escucháramos a Pablo llamarle unas veces Pascua, otras sacerdote: porque Cristo se inmoló por nosotros como verdadera Pascua, y, en calidad de sacerdote, el mismo Cristo se ofreció a Dios en sacrificio. Se entregó —dice— por nosotros como oblación y víctima de suave olor. Lo cual es una lección para nosotros. Pues quien ve que Cristo se ha entregado a Dios como oblación y víctima y se ha convertido en nuestra Pascua, él mismo presenta su cuerpo a Dios como hostia viva, santa, agradable, hecho un culto razonable. El modo de realizar el sacrificio es: no ajustarse a este mundo, sino transformarse por la renovación de la mente, para saber discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

En efecto, la voluntad amorosa de Dios no puede manifestarse en la carne no sacrificada por la ley del espíritu, ya que la tendencia de la carne es rebelarse contra Dios, y no se somete a la ley de Dios. De donde se sigue que si antes no se ofrece la carne —mortificado todo lo terreno que hay en ella y con lo que condesciende con el apetito—como hostia viva, no puede llevarse a cabo sin dificultad en la vida de los creyentes la voluntad de Dios agradable y perfecta. Igualmente, la mera consideración de que Cristo se ha erigido en propiciación nuestra a partir de su sangre, nos induce a constituirnos en nuestra propia propiciación y, mortificando nuestros miembros, lograr la inmortalidad de nuestras almas.

Y cuando se dice que Cristo es el reflejo de la gloria de Dios e impronta de su ser, la expresión nos sugiere la idea de su adorable majestad. En efecto, Pablo inspirado por el Espíritu de Dios e instruido directamente por Dios, que en el abismo de generosidad, de sabiduría y conocimiento de Dios había rastreado lo arcano y recóndito de los misterios divinos; y, sintiéndose incapaz de expresar en lenguaje humano los esplendores de aquellas cosas que están más allá de toda indagación o investigación y que sin embargo le habían sido divinamente reveladas, para que los oídos de sus oyentes pudieran captar la inteligencia que él tenía del misterio, echa mano de algunas aproximaciones, hablando en tanto en cuanto sus palabras eran capaces de trasvasar su pensamiento.