
Maestro, qué hermoso es estar aquí. Haremos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía:
Este es mi Hijo, el escogido; escúchenlo.
Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
REFLEXIÓN:
Este acontecimiento de la transfiguración de Jesús ocurre ante los tres más íntimos de entre los doce cercanos discípulos denominados apóstoles. Las cosas de Dios son así, no se busca la bulliciosa espectacularidad multitudinaria, sino que procura la atención, la escucha y la comprensión del hecho por parte de los presentes; el relato a los ausentes ya tendrá su momento.
La tradición sitúa este pasaje en el monte Tabor, una elevación de la región de Galilea. Lo alto de la montaña es una figura bíblica que representa el camino y la cercanía al cielo, lugar de contacto con Dios. A un monte subieron en sus épocas tanto Moisés como Elías para sus respectivos encuentros con Yahveh; son precisamente estos dos personajes los que aparecen al lado de Jesús en este texto formando con Él un trío radiante de luminosidad gloriosa.
El fortalecimiento en la fe para sus amigos es el objetivo de Jesús; vienen tiempos de difíciles pruebas para todos: el apresamiento, la vejación, la cruz y la muerte para Jesús; en tanto que para los discípulos les llega la decepción y frustración, el abandono, temor y estampida; ante tantas cosas que lucen negativas hay que mostrar un adelanto de lo bueno.
La muestra que les fue dada a los tres discípulos fue bien abundante y quedaron extasiados al contemplar la gloria del Señor y de sus dos acompañantes del Antiguo Testamento; no querían abandonar el lugar y hubieran preferido quedarse allí con ellos por siempre. Pero había que continuar y la instrucción de marcha le correspondía al Verbo, a Jesús; por eso el mandato de Dios: Este es mi Hijo, el escogido; escúchenlo.
Hoy también nosotros tenemos que reconocer a Jesús como el Hijo de Dios que nos ha salvado y escuchar cuanto nos ha dicho con su Palabra que nos sigue hablando; ser capaces de contemplarlo transfigurado en la Eucaristía y extasiarnos en ella de tal modo que seamos capaces de convertir nuestro corazón en una choza capaz de albergarlo a Él para así poder pedirle que se quede en ella y que permanezcamos felizmente en el éxtasis de ser deslumbrados por su gloria eternamente.
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La tradición sitúa este pasaje en el monte Tabor, una elevación de la región de Galilea. Lo alto de la montaña es una figura bíblica que representa el camino y la cercanía al cielo, lugar de contacto con Dios. A un monte subieron en sus épocas tanto Moisés como Elías para sus respectivos encuentros con Yahveh; son precisamente estos dos personajes los que aparecen al lado de Jesús en este texto formando con Él un trío radiante de luminosidad gloriosa.
El fortalecimiento en la fe para sus amigos es el objetivo de Jesús; vienen tiempos de difíciles pruebas para todos: el apresamiento, la vejación, la cruz y la muerte para Jesús; en tanto que para los discípulos les llega la decepción y frustración, el abandono, temor y estampida; ante tantas cosas que lucen negativas hay que mostrar un adelanto de lo bueno.
La muestra que les fue dada a los tres discípulos fue bien abundante y quedaron extasiados al contemplar la gloria del Señor y de sus dos acompañantes del Antiguo Testamento; no querían abandonar el lugar y hubieran preferido quedarse allí con ellos por siempre. Pero había que continuar y la instrucción de marcha le correspondía al Verbo, a Jesús; por eso el mandato de Dios: Este es mi Hijo, el escogido; escúchenlo.
Hoy también nosotros tenemos que reconocer a Jesús como el Hijo de Dios que nos ha salvado y escuchar cuanto nos ha dicho con su Palabra que nos sigue hablando; ser capaces de contemplarlo transfigurado en la Eucaristía y extasiarnos en ella de tal modo que seamos capaces de convertir nuestro corazón en una choza capaz de albergarlo a Él para así poder pedirle que se quede en ella y que permanezcamos felizmente en el éxtasis de ser deslumbrados por su gloria eternamente.
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