Yo te ofrezco, Señor, mi paso humilde
de pobre caracol, por las veredas
empinadas y estrechas de tus límites.
No me des nubes, ni me prestes alas:
para llegar a Ti, yo quiero andar
a pie, por los caminos de tu gracia.
Que no note tu ayuda. Que mi paso
no tenga que apoyarse en las muletas
para enfermos sin fe, de tu milagro.
No montes para mí la gran tramoya
de tu dúo difícil con el trueno,
sino el sencillo charlar de la parábola.
Ni es preciso, Señor, que te molestes
en explicarme a mí tu teorema
con un extraño número de peces.
Yo siento tu delicia en el sencillo
acariciar el viento mi fatiga,
cuando mueves tus manos de abanico.
Todo lo sé, porque el dolor ahora
es el milagro que mejor me explica
el luminoso enigma de tu sombra.
Porque puedes multiplicar mi hambre,
y yo te seguiré por los caminos,
sin recurrir al truco de los panes.