Colgado estás del áspero madero
cual lábaro de paz en las alturas
dislocadas las finas coyunturas,
pidiendo amor con grito lastimero
¡Veinte siglos así! Y hasta el postrero
sol que ilumine ignotas desventuras,
remachadas las férreas ligaduras
te ofrecerás al universo entero.
Plúgote así para que el hombre insano
torne al bien; sus oráculos inciertos
deje, y no tema tu cautiva mano;
para que por ciudades y desiertos,
hallarte pueda el pecador humano
¡con amorosos brazos siempre abiertos.