En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
-Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.
REFLEXIÓN:
Este pasaje bíblico es parte del Sermón de la montaña, donde Jesús acaba de enunciar las bienaventuranzas. Es a aquellos a quienes el Señor primeramente ha llamado dichosos por su pobreza de espíritu, a quienes ahora les dice que son sal de la tierra y luz del mundo.
Tanto la sal como la luz, representan aquí símbolos cuya aplicación va más allá del mero significado de cada una de estas palabras.
La sal tiene la función de dar o acentuar el sabor de los alimentos; igualmente sirve para preservarlos de la descomposición o corrupción a que pueden estar expuestos. En tanto que la luz proporciona claridad y facilita distinguir las cosas; iluminando el entorno y el camino, nos proporciona una valiosa ayuda para no tropezar ni tomar sendas erradas.
El verdadero cristiano es aquel que asume las bienaventuranzas pronunciadas por Jesús como su forma de vida y su esperanza futura; como tal, está también llamado a ser sal de la tierra y luz del mundo, participando activamente en la transformación de la sociedad para hacer realidad la presencia del Reino de Dios en el medio en que se desenvuelve, difundiendo el mensaje del Evangelio de Jesucristo.
Esto implica vivir la fe de una manera comunitaria, porque de nada sirve la sal si se queda aislada en el salero y no se vierte en los alimentos. Esa sería la sal sosa, porque en realidad no está sirviendo para los propósitos a que debe ser destinada.
En cuanto a la luz, actualmente hay muchas luces engañosas que intentan confundir, promoviendo falsos valores basados en ilusiones pasajeras y materiales que no trascienden al cabo de nuestros días en la tierra. No vivimos las bienaventuranzas de Jesús cuando preferimos las ofertas del mal y aceptamos sus tentaciones dejándonos deslumbrar por esas luces artificiales que proponen el poder y el dinero como la felicidad a alcanzar, a costa de la injusticia mediante la indiferencia y falta de caridad hacia nuestros hermanos.
Debemos ser luz de Cristo, que proyecte la verdadera luz que sólo puede provenir de él. Otra luz sería humeante, no alumbraría lo suficiente y tendría que ser reemplazada por la verdadera, para no tropezar ni caernos en nuestro caminar.
Ser sal de la tierra y luz del mundo, es llevar a todos el mensaje de Jesús de que tenemos un Padre que nos ama tanto que ya nos ha redimido, por gracia, de la esclavitud del pecado mediante la entrega de su Hijo; es mostrar la acción de esa redención en nuestras propias vidas mediante la buenas obras de caridad practicadas con los que nos rodean; así estaremos dando gloria a nuestro Padre celestial e invitando y estimulando a los demás a hacer lo mismo, y como dice el profeta Isaías, practicando la justicia y la misericordia brillará nuestra luz en las tinieblas, y nuestra oscuridad se volverá mediodía.
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Tanto la sal como la luz, representan aquí símbolos cuya aplicación va más allá del mero significado de cada una de estas palabras.
La sal tiene la función de dar o acentuar el sabor de los alimentos; igualmente sirve para preservarlos de la descomposición o corrupción a que pueden estar expuestos. En tanto que la luz proporciona claridad y facilita distinguir las cosas; iluminando el entorno y el camino, nos proporciona una valiosa ayuda para no tropezar ni tomar sendas erradas.
El verdadero cristiano es aquel que asume las bienaventuranzas pronunciadas por Jesús como su forma de vida y su esperanza futura; como tal, está también llamado a ser sal de la tierra y luz del mundo, participando activamente en la transformación de la sociedad para hacer realidad la presencia del Reino de Dios en el medio en que se desenvuelve, difundiendo el mensaje del Evangelio de Jesucristo.
Esto implica vivir la fe de una manera comunitaria, porque de nada sirve la sal si se queda aislada en el salero y no se vierte en los alimentos. Esa sería la sal sosa, porque en realidad no está sirviendo para los propósitos a que debe ser destinada.
En cuanto a la luz, actualmente hay muchas luces engañosas que intentan confundir, promoviendo falsos valores basados en ilusiones pasajeras y materiales que no trascienden al cabo de nuestros días en la tierra. No vivimos las bienaventuranzas de Jesús cuando preferimos las ofertas del mal y aceptamos sus tentaciones dejándonos deslumbrar por esas luces artificiales que proponen el poder y el dinero como la felicidad a alcanzar, a costa de la injusticia mediante la indiferencia y falta de caridad hacia nuestros hermanos.
Debemos ser luz de Cristo, que proyecte la verdadera luz que sólo puede provenir de él. Otra luz sería humeante, no alumbraría lo suficiente y tendría que ser reemplazada por la verdadera, para no tropezar ni caernos en nuestro caminar.
Ser sal de la tierra y luz del mundo, es llevar a todos el mensaje de Jesús de que tenemos un Padre que nos ama tanto que ya nos ha redimido, por gracia, de la esclavitud del pecado mediante la entrega de su Hijo; es mostrar la acción de esa redención en nuestras propias vidas mediante la buenas obras de caridad practicadas con los que nos rodean; así estaremos dando gloria a nuestro Padre celestial e invitando y estimulando a los demás a hacer lo mismo, y como dice el profeta Isaías, practicando la justicia y la misericordia brillará nuestra luz en las tinieblas, y nuestra oscuridad se volverá mediodía.
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