Allá en su alcázar brillante,
del espacio en lo profundo,
vio Dios palpitar el mundo
bajo su planta gigante.
Vio romperse cristalinas
del mar las ondas desiertas,
y vio de flores cubiertas
las frentes de las colinas.
Vio sobre las ondas puras
rodar el viento sonoro,
y en cataratas de oro
bordar el sol las alturas.
Miró tras la cumbre brava
que azotan los huracanes,
retorcerse los volcane
entre torrentes de lava.
Vio roto el cauce del río
que entre rocas se derrumba;
lo vio morir en la tumba
del mar que canta bravío.
Vio los torrentes de plata
copiar sonoros el cielo,
y desde la nube al suelo
hundirse la catarata.
Vio los montes virginales
vestirse nevados tules,
y allá, entre franjas azules,
las auroras boreales.
Vio nubes de mil colores
rotas poblar el vacío,
y vio temblando el rocío
en el seno de las flores.
Pájaros vio entre azahares
cantar en alegre juego,
y como puente de fuego
pintar el iris los mares.
Y Dios, al ver palpitar
tantos mundos en tropel,
para contemplarlo a Él
quiso otro mundo crear.
Y escondiendo el áureo broche
del sol que brota fecundo,
hizo meditar al mundo
con la calma de la noche.
Y por eso el hombre, en pos
de dulce, ardiente plegaria,
en la noche solitaria
ve la grandeza de Dios.