(Del mensaje del Papa Benedicto XVI a las familias en el Encuentro Nacional de las Familias Católicas croatas el 5 de junio del 2011)
Es bien sabido que la familia cristiana es un signo especial de la presencia y del amor de Cristo, y que está llamada a dar una contribución específica e insustituible a la evangelización. La familia cristiana ha sido siempre la primera vía de transmisión de la fe, y también hoy tiene grandes posibilidades para la evangelización en múltiples ámbitos. Queridos padres, esforzaos siempre en enseñar a rezar a vuestros hijos, y rezad con ellos; acercarlos a los Sacramentos, especialmente a la Eucaristía, introducirlos en la vida de la Iglesia; no tengáis miedo de leer la Sagrada Escritura en la intimidad doméstica, iluminando la vida familiar con la luz de la fe y alabando a Dios como Padre. Sed como un pequeño cenáculo, como aquel de María y los discípulos, en el que se vive la unidad, la comunión, la oración.
Hoy, gracias a Dios, muchas familias cristianas toman conciencia cada vez más de su vocación misionera, y se comprometen seriamente a dar testimonio de Cristo, el Señor. En la sociedad actual es más que nunca necesaria y urgente la presencia de familias cristianas ejemplares. Hemos de constatar desafortunadamente cómo, especialmente en Europa, se difunde una secularización que lleva a la marginación de Dios de la vida y a una creciente disgregación de la familia. Se absolutiza una libertad sin compromiso por la verdad, y se cultiva como ideal el bienestar individual a través del consumo de bienes materiales y experiencias efímeras, descuidando la calidad de las relaciones con las personas y los valores humanos más profundos; se reduce el amor a una emoción sentimental y a la satisfacción de impulsos instintivos, sin esforzarse por construir vínculos duraderos de pertenencia recíproca y sin apertura a la vida. Estamos llamados a contrastar dicha mentalidad. Junto a la palabra de la Iglesia, es muy importante el testimonio y el compromiso de las familias cristianas, vuestro testimonio concreto, especialmente para afirmar la intangibilidad de la vida humana desde la concepción hasta su término natural, el valor único e insustituible de la familia fundada en el matrimonio y la necesidad de medidas legislativas que apoyen a las familias en la tarea de engendrar y educar a los hijos.
Queridas familias, ¡sed valientes! No cedáis a esa mentalidad secularizada que propone la convivencia como preparatoria, o incluso sustitutiva del matrimonio. Enseñad con vuestro testimonio de vida que es posible amar, como Cristo, sin reservas; que no hay que tener miedo a comprometerse con otra persona. Queridas familias, alegraos por la paternidad y la maternidad. La apertura a la vida es signo de apertura al futuro, de confianza en el porvenir, del mismo modo que el respeto de la moral natural libera a la persona en vez de desolarla. El bien de la familia es también el bien de la Iglesia. Quisiera reiterar lo que ya he dicho otra vez: La edificación de cada familia cristiana se sitúa en el contexto de la familia más amplia, que es la Iglesia, la cual la sostiene y la lleva consigo Y, de forma recíproca, la Iglesia es edificada por las familias, pequeñas Iglesias domésticas. Roguemos al Señor para que las familias sean cada vez más pequeñas Iglesias y las comunidades eclesiales sean cada vez más familia.