Hemos iniciado la Cuaresma, tiempo de conversión y penitencia; tiempo de preparación para vivir a plenitud la Semana Santa, en especial el Triduo Pascual. La Cuaresma es pués un camino en el que acompañamos a Jesús para llegar a la Pascua. La práctica del ayuno nos ayuda a sensibilizarnos e introducirnos adecuadamente en este tiempo.
Los textos bíblicos nos muestran que el ayuno era muy común en la cultura judía desde mucho tiempo antes de Jesús. El ayuno era un gesto que mostraba humillación ante Dios y que estaba íntimamente ligado a la oración. Ya en época de Jesús los Evangelios nos hablan del ayuno, tanto de los fariseos, como de los discípulos del bautista. El propio Jesús empieza su misión con una jornada de cuarenta días de ayuno que los católicos recordamos en la Cuaresma. Este tiempo lo iniciamos el Miércoles de Cenizas, asumiendo también el ayuno como penitencia.
Con el ayuno, lo que hacemos es bajar la intensidad de ciertos sentidos de nuestro cuerpo, para subir la de otros sentidos. Tratamos de apagar los aspectos materiales y de placer a los que estamos normalmente inclinados por nuestra carne, para elevar el tono de nuestras necesidades espirituales y de unión con Dios. Por eso la oración es compañera inseparable del ayuno. Ambos juntos nos ayudan a reconocer nuestra pobreza interior y a buscar un cambio en nuestras vidas mediante una conversión sincera.
En el círculo de Jesús, parece que el ayuno no era practica corriente, lo cual él justifica por su presencia en medio de ellos; pero indicando que luego, cuando él faltase, sus discípulos habrían de ayunar. Así vemos en Mateo 9 14-15:
"Entonces se le acercaron los discípulos de Juan y le preguntaron:–¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos [mucho] mientras que tus discípulos no ayunan?Jesús les respondió:–¿Pueden los invitados a la boda estar tristes mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que les arrebaten el novio y entonces ayunarán."Sin embargo, Jesús dió instrucciones de actitudes a seguir y evitar en el momento del ayuno. Mat 6,16-18:
"Cuando ustedes ayunen no pongan cara triste como los hipócritas, que desfiguran la cara para hacer ver a la gente que ayunan. Les aseguro que ya han recibido su paga. Cuando tú ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, de modo que tu ayuno no lo vean los demás, sino tu Padre, que está escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará."Jesús también expresó a sus discípulos la necesidad del ayuno para que puedan llevar a cabo correctamente su misión; así vemos que, preguntado sobre la causa de la imposibilidad de los discípulos expulsar un espíritu en un muchacho, Jesús les dice en Marcos 9,29: "Jesús les respondió: Esta raza de demonios por ningún medio puede salir, sino a fuerza de oración y de ayuno."
La penitencia está intrínsecamente unida a la Cuaresma; el Catecismo de la Iglesia Católica nos dice al respecto en el numeral 1434:
"La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración, la limosna (cf. Tb 12,8; Mt 6,1–18), que expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás.".
Continúa el Catecismo diciéndonos en el numeral 1438:
"Los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes en memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica penitencial de la Iglesia. Estos tiempos son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras caritativas y misioneras)."
La abstinencia de comer carne en ciertos días es otra forma de expresar la penitencia. Pero tanto el ayuno como la abstinencia no pueden ser rutinarios. Si el ayuno o la abstinencia es dedicado a Dios, a la conversión sincera, tenemos que apartarnos de algunas tentaciones y desviaciones que pueden acontecer, ya que así ha ocurrido con el pasar de los tiempos. Una de ellas es pregonar a todos los vientos la condición de penitentes en ayuno; la otra es enmascarar placeres dentro del ayuno, como vemos en el párrafo siguiente.
Desde antaño ha habido hasta quienes hacen un menú especial cuaresmal que incluye suculentos platos. Ya en el siglo IV San Agustín decía:
«Hay por ahí quienes observan la cuaresma
antes regalada que religiosamente,
y se dan más a la invención de manjares nuevos
que a reprimir pasiones viejas.
Se hacen con múltiples y costosas provisiones
de todo género de frutos, hasta dar
con los platos más variados y suculentos;
y, rehuyendo tocar las ollas donde se coció la carne,
por no mancillarse, abrevan sus cuerpos
en los más refinados placeres del sentido».
Actualmente también existen los que se abstienen de comer carne en Cuaresma, cambiándola por camarones, langosta y otros platillos; no dejará de aparecer aquel que toma el ayuno como una forma de adecuar su peso corporal. Es ese un sacrificio? Otros en cambio, aunque llevan a cabo el ayuno y la abstinencia de un modo materialmente correcto, lo hacen manteniendo situaciones de injusticia, ofensa e indiferencia a sus hermanos. Obviamente, ese no es el sacrifico que agrada a Dios. De hecho, muchas veces tiene más sentido ayunar la lengua y las ofensas que proferimos por ella, que dejar de comer.
El sentido del ayuno no debe ser únicamente el sufrimiento del cuerpo. Tampoco debe ser pretender una relación con Dios que nos lleve al egoismo y a encerrarnos en nosotros mismo. El verdadero ayuno, al cual estamos llamados en este tiempo, debe ir unido a la justicia y al amor al prójimo, principalmente con el necesitado. Es en este aspecto que se unen dos de la manifestaciones de la piedad: el ayuno y la limosna. Si en tu ayuno, lo que dejas de comer, lo das al que no tiene para ello, qué contento se pondrá nuestro Padre que está en los cielos.
Estamos llamados en este tiempo especial a practicar el ayuno, pero démosle su verdadera dimensión, la que verdaderamente agrade a Dios y que nos conduzca a una conversión real.