En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús:
-Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.
El le contestó:
-Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?
Y dijo a la gente:
-Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.
Y les propuso una parábola:
-Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha. Y se dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: «Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe, y date buena vida. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será? Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.
REFLEXIÓN (de los sermones de San Agustín):
No dudo que quienes teméis a Dios oís con temor su palabra y con gozo la ponéis por obra para esperar ahora y recibir después lo que prometió. Acabamos de oír el mandato de Cristo Jesús, el Hijo de Dios. Quien nos da órdenes es la Verdad, que ni engaña ni es engañada; oigamos, temamos, precavámonos. ¿Qué nos manda? Os digo que os abstengáis de toda avaricia. ¿Qué significa de toda avaricia? ¿Qué quiere decir de toda? ¿Por qué añadió de toda? Hubiera podido decir: «Guardaos de la avaricia». Pero le correspondía a él añadir de toda y proclamar guardaos de toda avaricia.
El Evangelio nos indica por qué dijo esto, que fue como la ocasión que dio origen a este sermón. Cierto individuo interpeló al Señor contra un hermano suyo que había huido con todo el patrimonio y se negó a darle la parte que le correspondía.
Os dais cuenta de cuan justa era su causa. No pretendía arrebatar lo que no era suyo; sólo pedía los bienes que sus padres le habían dejado. No otra cosa pedía al acudir al Señor como a un juez. Tenía un hermano malvado, pero contra ese hermano injusto había encontrado un juez justo. ¿Debería perder esta ocasión en causa tan buena? Por otra parte, ¿quién iba a decir a su hermano: «Da a tu hermano su parte», si Cristo no lo hacía? ¿Iba a decirlo otro juez a quien el hermano raptor y más rico tal vez hubiera corrompido con dádivas?
Este hombre, miserable y despojado de los bienes paternos, habiendo encontrado tan buen juez, se acerca a él, le interpela, le ruega y expone su causa en pocas palabras. ¿Qué necesidad tenía de palabrería cuando hablaba a quien podía ver también el corazón? Señor, dice, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo. El Señor no le contesta «Que venga tu hermano»; ni le envió a decirle que se presentase, ni en su presencia dijo a quien le había interpelado: «Prueba lo que has dicho». Pedía la mitad de la herencia; solicitaba la mitad, pero en la tierra, y el Señor se la ofrecía toda en el cielo. Le daba el Señor más de lo que pedía.
Di a mi hermano que reparta la herencia conmigo. La causa es justa y su exposición breve. Pero oigamos al juez y maestro. Hombre, le dice; hombre, tú que tienes por cosa grande esta herencia, ¿qué eres sino hombre? Hacerlo algo más que hombre: he aquí lo que deseaba el Señor. ¿Qué pretendía hacer de más a quien deseaba apartarle de la avaricia? ¿Qué más le quería hacer? Os lo diré: Yo dije, sois dioses y todos hijos del Altísimo. He aquí lo que deseaba que fuera: contar entre los dioses a quien no tiene avaricia. Hombre, ¿quién me ha constituido en divisor entre vosotros?
Pediste un favor, escucha ahora el consejo: Yo os digo: guardaos de toda avaricia. Quizá tú tildes de avaro y codicioso a quien va en busca de lo ajeno; yo te digo más: «No apetezcas codiciosa o ávaramente ni siquiera tus propios bienes». Este es el significado de de toda. Guardaos de toda avaricia, dice. ¡Gran peso éste! Si tal vez es a personas débiles a quienes se impone, pídase que quien lo impone se digne otorgar las fuerzas.
No ha de tenerse por cosa leve, hermanos míos, el que nuestro Señor, Redentor y Salvador, que murió por nosotros, que dio su sangre como precio de nuestro rescate, que es nuestro abogado y juez, diga: Guardaos. No es cosa ligera. El sabe de qué inmenso mal se trata; nosotros, que no lo sabemos, creámosle, Guardaos, dice. ¿Por qué? ¿De qué? De toda avaricia. «Guardo lo mío, no robo lo ajeno». Guardaos de toda avaricia. No sólo es avaro quien roba lo que no es suyo, sino también quien guarda lo suyo ávaramente. Si de esta forma es inculpado quien guarda lo suyo con avaricia, ¿cuál será la condena del que roba lo ajeno? Guardaos, dice, de toda avaricia, porque no consiste la vida del hombre en tener abundancia de las cosas que posee en este mundo.
El que almacena mucho, ¿cuánto toma de ello para vivir? Tomando y en cierto modo separando mentalmente lo que necesita para vivir, considere para quién deja lo restante, no sea que, quizá al guardar para tener con qué vivir, acumule con qué morir. Atiende a Cristo, atiende a la Verdad, atiende a la severidad.
Guardaos, dice la Verdad. Guardaos, dice la severidad. Si no amas la verdad, teme al menos la severidad. No consiste la vida del hombre en la abundancia de las cosas que tiene. Cree a Cristo, que no te engaña.
¿Dices tú lo contrario?: «La vida del hombre consiste en lo que tiene».
Entonces te engañas a ti mismo; él no te engaña.
Clic aquí para ir a la Lectio Divina para este Evangelio
Clic aquí para ver homilías de otros Evangelios
Clic aquí para ir a la Lectio Divina para este Evangelio
Clic aquí para ver homilías de otros Evangelios