Tengo miedo, Señor, pero no de la noche,
Tampoco de la sombra, menos de la tiniebla;
Es miedo de la aurora —refulgente derroche—
Como miedo del mundo, cuando el mundo se puebla.
Tengo miedo, Señor, no por valerme sola
Ni por triste aislamiento o apartado retiro,
Tengo miedo a la gente, a la imponente ola,
El vaivén de los seres en asfixiante giro.
Tengo miedo, Señor, de enfrentarme a la vida
Con tantas exigencias, compromisos, deberes;
De no cumplir Contigo, no ser agradecida,
Dejándome llevar de errados procederes.
Y temiendo en el día naturales contiendas,
Te ruego: oye mi voz para que me defiendas.