Tino de Dios, finísimo, en lo oscuro
del hombre que ha pecado, y pecaría;
pecado con caliente puntería:
el hombre, y Dios enfrente, a duelo puro.
Pero el brazo de Dios, es firme y duro.
Busca al hombre que lucha y se desvía,
se le acerca, y aún más le cercaría,
y dispara el perdón sobre seguro.
Ay, esa sien del hombre traspasado
por el tiro de gracia del olvido...
Ya ni sangre, ni rabia, ni pecado.
Una ira dulcísima lo ha herido.
Una rosa que yace en su costado
Blanco de Dios, su corazón ha sido.