He entrado en unidad con la pradera:
camino del magnífico, entregado,
desplome de mi ser en lo divino.
He entrado en unidad con ese bosque
que es todo ruiseñor y es todo pena,
como el bosque que llevo en mis entrañas.
He entrado en unidad con el estío:
y sus turbias raíces del pecado
le han servido de tronco a mi azucena.
Me duelen mis fronteras sensuales,
mis vallados humanos, por vecinos
del incendio de Dios y los amores.
Me duelen como deben de dolerles
a los granos de arena las espumas,
como al fondo del mar, la gran turquesa.
Se llega a Dios por todos mis sentidos.
Se llega a Dios por todas mis heridas.
Se llega a Dios mirándome a los ojos.
Por las acequias rojas de mis venas
va la sangre moviendo el gran molino
de una oración enorme y sin palabras.
Se me ha quedado anoche, junto al alma,
abierto el portoncillo de la pena:
...y Dios estaba, con el sol primero,
sentado, allí, en las flores.