(De "Los Signos Sagrados" por Romano Guardini)
Dentro, el espacio de la iglesia habla de Dios, le pertenece por entero y está lleno de su augusta presencia. Pues realmente es casa de Dios, separada del mundo y cerrada de muros y bóveda. Es un espacio vuelto hacia adentro, a lo escondido, y habla del misterio divino.
¿Y el espacio de fuera? ¿Esa inmensidad sobre la llanura, que se extiende ilimitada por todas partes? ¿Y la que está sobre las altas cumbres, rayana en lo infinito? ¿Y la que llena en profunda calma los valles, cercada de montañas? ¿No estaráiese espacio de alguna manera unido con el santuario?
¡Oh, sí que lo está! ¿Ves esa torre que descuella sobre el templo e invade la región del aire, como tomando posesión de ella en nombre de Dios? Pues allí dentro, en el campanil, verás suspendidas unas campanas de pesado bronce, que, tocadas a vuelo, vibran con su cuerpo reluciente y gentil, enviando sonido tras sonido a la inmensidad. Ondas de eufonía brotan del bronce, ora breves y argentinas, ora graves y llenas, ora profundas y pausadas, invaden el espacio y le inundan del mensaje del santuario.
Mensaje de lejanía; mensaje del Dios sin fronteras ni límites; mensaje de anhelos y de dádiva infinita.
Al «varón de deseos» llaman, al hombre de corazón abierto a la inmensidad.
Porque así es; al oír las campanas, palpamos la inmensidad Cuando su voz vibrante se derrama del campanario en todas direcciones hasta lo infinito, acompáñala nuestro anhelo, hasta persuadirnos de que el logro y satisfacción no se hallan en el confín de la llanura con la región azul, sino dentro.
Cuando de la iglesia sita en la altura el sonido del bronce desciende al valle o sube al cielo, el pecho se dilata y siente una amplitud nunca antes experimentada.
O bien acontece que, rompiendo la verde calma crepuscular, llega al bosque el tañido de la campana, Dios sabe de dónde, de lejos, muy lejos… ¡Ah, y qué de recuerdos no evocal Surgen especies ha tiempo olvidadas; e incorporándote escuchas y preguntas: «Pero ¿qué será eso?… ¿Qué será?…»
Entonces se palpa la inmensidad. Como si el alma, desplegando sus alas, tendiera el vuelo por cruzar el espacio en respuesta al lejano llamamiento de los confines de la infinitud.
«Tan dilatado el universo», dice el bronce. «Tan lleno tú de anhelos… Dios llama… Sólo en Él la paz…»
Oh Señor, más espaciosa que el universo mi alma. Profundas, más que los valles, sus aspiraciones. Y sus ansias, más lastimeras que el gemido de la campana, que va a perderse en la lejanía.
Sólo tú, Señor, puedes calmarlas, sólo tú…