Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con todo género de bendiciones espirituales en los cielos; porque en Él nos eligió desde antes del comienzo del mundo, para que fuésemos santos e inmaculados ante Él, y nos predestinó en caridad para que fuésemos Hijos suyos adoptivos por Jesucristo (Ef 1,3-5).
Él nos hizo conocer el misterio de su voluntad, el plan que se propuso realizar en Cristo al fin de los tiempos: reunir todas las cosas, celestes y terrestres, bajo una sola Cabeza: Cristo (Ef 1,9-10).
por encima de mi ciudad,
por encima del mundo,
por encima del tiempo,
Purificar mi vista y pedirte prestados tus ojos.
Desde arriba vería el universo, la humanidad, la historia, como los ve tu Padre,
vería en la prodigiosa transformación de la materia
en el continuo burbujear de la vida,
tu gran Cuerpo que nace bajo el soplo del Espíritu.
Vería el maravilloso, eterno sueño de amor de tu Padre:
todo centrándose y resumiéndose en Ti, oh Cristo,
todo: el cielo y la tierra.
Vería cómo todo en Ti se centra aun en sus mínimos detalles,
cada hombre en su sitio,
cada grupo,
cada cosa.
Vería aquella fábrica, este cine,
la clase de matemáticas y la colocación de la fuente municipal,
los cartelitos con los precios de la carne,
la pandilla de muchachos que va al cine,
el chiquitín que nace y el anciano que muere.
Divisaría la más chiquita partícula de materia y la más diminuta palpitación de vida,
el amor y el odio,
el pecado y la gracia.
Y entendería cómo ante mí se va desarrollando la gran aventura del Amor iniciada en la aurora del mundo,
la Historia Santa que, según la promesa, concluirá solamente en la Gloria cuando, tras la resurrección de la carne;
Tú te alzarás ante tu Padre y le dirás: Todo está concluido. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin.
Sí, yo comprendería que todo está bien hecho y va a su sitio,
que todo no es más que una gran marcha de los hombres y todo el universo hacia la Trinidad, en Ti y por Ti, Señor.
Comprendería que nada es profano, nada, ni las cosas, ni las personas, ni los sucesos
sino que todo tiene un sentido sagrado en su origen divino
y que todo debe ser consagrado por el hombre hecho Dios.
Comprendería que mi vida, pequeñísima respiración del gran Cuerpo total, es un tesoro insustituible en los planes del Padre.
Y al comprenderlo
caería de hinojos, admiraría, Señor, el misterio del mundo
que a pesar de los innumerables y horrorosos manchones del pecado es una larga palpitación de amor hacia el Amor eterno.
Sí, me gustaría levantarme en vuelo,
sobre mi ciudad,
sobre el mundo,
sobre el tiempo,
purificar mi vista y pedirte prestados tus ojos.