Marcos 9,1-9: Este es mi Hijo amado


En aquel tiempo Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.

Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:
-Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Estaban asustados y no sabía lo que decía.

Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:
-Este es mi Hijo amado; escuchadlo.
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos.

Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.

REFLEXIÓN (de "El año Litúrgico - Celebrar a Jesucristo - Cuaresma" por Adrien Nocent):

Este es mi Hijo amado

Esta voz del Padre en el relato de la Transfiguración nos proporciona preciosas indicaciones. Ya en nuestro estudio sobre la Epifanía, al escuchar esta misma voz del Padre, tuvimos ocasión de desarrollar un poco el significado de la afirmación: Este es mi Hijo amado.

En esta voz es reconocible la vibración de aquella de Abraham ofreciendo al Padre su hijo único. Aquí el Hijo ha sido enviado y se ha ofrecido él mismo, pero lo ha hecho en obediencia, para cumplir la voluntad del Padre, oponiéndose así a la desobediencia de Adán. Esta obediencia de Cristo le vale la transfiguración, signo de la transfiguración de todo hombre que elige el camino de Dios y cumple la voluntad del Padre.

Se plantean muchos problemas a propósito de la Transfiguración, pero queremos continuar fieles a nuestro propósito: leer litúrgicamente el Evangelio. En el Ciclo A se trataba de la Transfiguración como resultado de una respuesta a la llamada. Aquí el tema es diferente: la respuesta a la llamaba hasta la ofrenda del sacrificio; es el tema de la primera lectura, el sacrificio de Abraham. Y es el tema de la segunda, en la que San Pablo recuerda que Dios entregó a su propio Hijo para salvarnos. El cumplimiento de ese sacrificio da a la frase: "He aquí a mi Hijo amado" todo su significado.

Pero —y por más que esto no entra en la línea de la elección de este evangelio para el presente domingo— se plantea la cuestión del famoso secreto impuesto por Cristo a sus discípulos después de su Transfiguración. No es la única vez que Cristo impone el secreto a los testigos de sus milagros, de los exorcismos, de las parábolas mismas. San Marcos tiene su forma peculiar de presentar este secreto. Insiste en él y advierte que es mantenido cuidadosamente por los testigos, quienes no entienden lo que signifique "resucitar de entre los muertos".

Tal vez con este método del secreto se trata de respetar la necesidad de una lenta iniciación. Sería una especie de método catequético y pastoral. No es que la verdad sea múltiple, sino que para presentarla se dan diferentes etapas. Vemos que Jesús se comporta y habla de forma distinta ante algunos discípulos, ante un grupo más considerable y ante la muchedumbre. Hay grados en la manera en que quiere desvelar su mesianidad.

San Marcos responde así, con la Iglesia primitiva, a la acusación que se podía hacer a Jesús de no llenar las condiciones gloriosas reservadas a la venida y a la tarea del Mesías. De hecho, Jesús fue glorificado de varias formas, pero él no quiso que esta gloria fuera comunicada a todos. La lectura del Evangelio mismo exige diversos estadios de comprensión. Cristo da así el ejemplo de una catequesis discreta que respeta la marcha de comprensión en los oyentes.

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