La comunión me parece una dicha comparable con la felicidad de los santos y de los ángeles.
Ellos miran a Jesús cara a cara, seguros de no ofenderle y de no perderle ya;
yo en estas dos cosas les envidio y querría ser su compañera;
pero en lo demás me sobran motivos para saltar de júbilo,
pues ya lo ve, Padre mío,
Jesús entra cada mañana en mi corazón;
Jesús se da del todo a mí, a cambio de no darle yo nada, nada absolutamente.
Continuamente le pido gracias en tanto número que, a decir, verdad, temo causarle fastidio;
pero Él me dice que no se lo causo.