Juan 13,31-33a; 34-35
-Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él (Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará). Hijos míos, me queda poco de estar con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros como yo les he amado. La señal por la que conocerán que son discípulos míos, será que se aman unos a otros.
REFLEXIÓN:
El pueblo de Israel había recibido la enseñanza de la estima y consideración a los demás de una manera progresiva. En una nación rodeada de numerosos pueblos de costumbres bárbaras e idólatras, donde se incluía el asesinato y el sacrificio humano, no asombra que este aprendizaje fuera paulatino, para poder ser asimilado.
El primer intento fue la ley de talión o ley del castigo similar: ojo por ojo, diente por diente. Sus conceptos son hoy en día vistos como excesivamente crueles por nosotros, debido al concepto de venganza que implica; pero representaron un avance respecto a una respuesta desproporcionada, lo cual era la costumbre de aquel entonces: matar ante cualquier ofensa.
Un inmenso avance al respecto se encuentra el el libro del Levítico: amar al prójimo como a ti mismo. Es un mandato de Dios, dado mediante Moisés.
El único problema de aplicación práctica, es que el pueblo de Israel interpretó a su manera, quien había de ser considerado como prójimo. Jesús proporcionó la correcta definición de prójimo, mediante la parábola del buen samaritano: prójimo es todo el que necesita ayuda, incluyendo tu enemigo.
El pasaje de hoy nos da una indicación todavía mayor del significado del amor a los demás. Acontece luego del lavatorio de los pies y momentos antes del apresamiento que llevaría a Jesús a la cruz. El tiempo apremia y la enseñanza tiene que ser concisa. Es entonces que el Señor nos da como un mandamiento el amor al hermano. Pero ese amor habrá de ser mayor aún que amar al prójimo como yo me amo a mi mismo; Jesús nos dice que debemos amarnos como él nos ha amado.
Es ese amor de Jesús por nosotros tan grande que llega al extremo de morir en la cruz, cargando con nuestros pecados y pidiendo el perdón de sus verdugos. Ese amor es una manifestación del amor del Padre que tanto nos ama que envió a su hijo no a condenarnos, sino a salvarnos y darnos vida eterna (Jn 3,16).
Es ese el amor que pide Jesús que nos profesemos unos a otros en el mandamiento del amor. Fue lo que hizo la primera comunidad, aún en medio de las dificultades. Eran reconocidos como discípulos más por el amor que por la propia predicación; los demás decían de ellos: "míralos como se aman"; el resultado fue el crecimiento espiritual y en número de las comunidades cristianas, a pesar de las implacables persecuciones.
Todos decimos que cumplimos el mandamiento de amar a Dios. Pero el amor a Dios tiene una manera concreta de manifestarse: amando a nuestros hermanos. Por eso nos dice la Palabra de Dios: "Si alguno dice que ama a Dios, y al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. Pues si uno no ama a su hermano, a quien ve, tampoco puede amar a Dios, a quien no ve. Jesucristo nos ha dado este mandamiento: que el que ama a Dios, ame también a su hermano." (1a Juan 4,20-21).
Con certeza que si hoy todos aplicamos ese mandamiento, principalmente en sus vertientes de la caridad, el perdon y la misericordia, un nuevo mundo nacerá, el rencor y la maldad quedarán detrás y la paz florecerá. En definitiva estaremos viviendo el Reino que Jesús vino a hacer presente en la tierra. De ese modo, cumpliendo el mandato del Hijo, estaremos realmente glorificando al Padre.
Podemos comenzar de nuevo: amemos como Él nos ha amado!!!
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