Este día os trajo el comienzo de toda gracia

(De los sermones de san Eusebio de Alejandría)

Escucha, hijo: voy a exponerte la razón por la cual se nos ha transmitido el mandato de guardar el día del Señor y abstenernos de trabajar. Cuando el Señor confió el misterio a sus discípulos, tomando el pan lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomad, comed: esto es mi cuerpo, que se parte por vosotros para el perdón de los pecados. Del mismo modo les dio la copa, diciendo: Bebed todos: ésta es mi sangre, sangre de la nueva alianza, que se derrama por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados. Haced esto —dice— en conmemoración mía.

Así pues, el sagrado día del Domingo es la conmemoración del Señor. Por eso se le llama Domingo, como principio de los días. Pues con anterioridad a la pasión del Señor no se le llamaba Domingo, sino día primero. En este día el Señor dio comienzo a las primicias de la resurrección o creación del mundo; en este mismo día donó al mundo las primicias de la resurrección; en este día —como acabamos de decir— nos mandó, asimismo, celebrar los sagrados misterios. Por tanto, este día nos trajo el comienzo de toda gracia: el comienzo de la creación del mundo, el comienzo de la resurrección, el comienzo de la semana. Al comprender este día tres comienzos, nos muestra a un mismo tiempo el primado de la santísima Trinidad.

No por otra razón observamos el Domingo, sino para introducir una pausa en el trabajo y dedicarnos a la oración. Si pues, interrumpiendo el trabajo, no acudes a la iglesia, no sacas ganancia alguna; más aún, te has perjudicado, y no poco, a ti mismo. Muchos son los que esperan el domingo, pero no todos con idéntico motivo. Los que temen al Señor, esperan el domingo para elevar a Dios sus plegarias y recrearse con el cuerpo y sangre preciosos; los apáticos y negligentes esperan el domingo para no trabajar y entregarse a una conducta incalificable.

¿Qué es lo que contemplan los que van a la iglesia? Te lo voy a decir: a Cristo, el Señor, yacente sobre la mesa sagrada, el himno santo de los serafines cantado tres veces, la presencia y la venida del Espíritu Santo, al profeta y rey David entonando salmos, al bendito Apóstol inculcando su doctrina en el ánimo de todos, el himno angélico y el asiduo aleluya, las voces evangélicas, las admoniciones del Señor, la instrucción y exhortación de los venerables obispos y presbíteros: todo cosas espirituales, todo cosas celestiales, todo cosas que nos procuran la salvación y el reino de los cielos. Esto es lo que escucha, esto es lo que contempla todo el que va a la iglesia.

Porque este día se te ha dado para la oración y el descanso: Este es, pues, el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo; y al que, en este día, resucitó démosle gloria juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.