(Lucas 8,24: Los discípulos se acercaron y lo despertaron, diciendo: «¡Maestro, Maestro, nos hundimos!». El se despertó e increpó al viento y a las olas; estas se apaciguaron y sobrevino la calma)
es este sudor helado
por miedo indisimulado
que es típico del terror.
Ven, acude a mí, Señor;
muy alta está la marea
y este viento me marea,
feroz, a mi alrededor
con un soplo que es horror.
Tu voz quiero oír ahora,
la constante defensora
que no teme lo anormal
y ante quien tiembla hasta el mal,
pues, del bien, ella es autora.
Venga ya esa auxiliadora
en quien pongo mi confianza
y diga yo a esta acechanza:
bien fallida fuiste otrora.
Amén.