(Texto de san Agustín, obispo)
De balde os vendieron, y sin pagar os rescataré. Es el Señor quien habla: él entregó el precio, no en dinero, sino su propia sangre, pues nosotros continuábamos siendo esclavos y menesterosos.
De este tipo de esclavitud sólo el Señor puede liberarnos. El que no la sufrió, nos libera de ella, pues es el único que nació sin pecado. Pues los niños que veis en brazos de sus madres, todavía no andan y ya están cautivos: heredaron de Adán lo que Cristo viene a desatar. También a ellos les llega, por el bautismo, esta gracia que el Señor promete. Del pecado únicamente puede liberar el que nació sin pecado y se constituyó sacrificio por el pecado. Acabáis de escuchar al Apóstol: Actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos, es decir, como si el mismo Cristo os lo pidiese. ¿Qué? Que os reconciliéis con Dios.
Si el Apóstol nos exhorta y nos pide que nos reconciliemos con Dios, es que éramos enemigos de Dios, pues nadie se reconcilia sino con los enemigos. Y nos había enemistado no la naturaleza, sino el pecado. El origen de nuestra enemistad con Dios es el mismo de nuestra esclavitud al pecado. Ningún ser libre es enemigo de Dios: para serlo tienen que ser esclavos, y esclavos seguirán siendo mientras no sean liberados por aquel del que, pecando, quisieron ser enemigos. Así pues, en nombre de Cristo –dice– os pedimos que os reconciliéis con Dios.
¿Y cómo podemos reconciliarnos si no se elimina lo que se interpone entre él y nosotros? Pues dice Dios por boca del profeta: No es tan duro de oído que no pueda oír; son vuestras culpas las que crean separación entre vosotros y vuestro Dios.
Por tanto, no es posible la reconciliación si no se retira lo que está en medio, y se pone lo que en medio debe estar. Pues hay un medio que separa, pero hay también un mediador que reconcilia: el medio que separa es el pecado, el mediador que reconcilia es nuestro Señor Jesucristo: Uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús.
Pues bien: para derribar el muro de separación que es el pecado, vino aquel mediador que, siendo sacerdote, él mismo se hizo víctima. Y porque Cristo se hizo víctima por el pecado, ofreciéndose a sí mismo como holocausto en la cruz de su pasión, sigue diciendo el Apóstol: Después de haber dicho: En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios, como si dijéramos: ¿Cómo podríamos reconciliarnos?, responde: Al que no había pecado, es decir, al mismo Señor, Dios lo hizo expiar nuestros pecados, para que nosotros, unidos a él, recibamos la salvación de Dios. Al mismo –dice– Cristo Dios, que no había pecado. Vino en la carne, esto es, en una carne semejante a la del pecado, pero no en una carne pecadora, pues él no cometió ni sombra de pecado; y así se hizo verdadera víctima por el pecado, ya que él no cometió pecado alguno.