Demos gracias a Dios Padre que nos ha sacado del dominio de las tinieblas

(Texto de san Cirilo de Alejandría)

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. No está fuera de propósito, sino en perfecta sintonía con una correctísima exposición, aplicar estas palabras al coro de los santos apóstoles, e incluso a todos los que creen en el Señor, Cristo Jesús, han sido instruidos por el Espíritu y, en consecuencia, tienen el ánimo y la mente ampliamente iluminados; que fueron hechos partícipes de los divinos carismas y merecieron contemplar, con los ojos puros del alma, las profundidades de la Escritura divinamente inspirada; y que consiguieron una recta y evangélica forma de vivir, una prudencia y un conocimiento típicos de los santos.

Pues bien, todos éstos, al entonar odas gratulatorias, afirman haber recibido una lengua de iniciado, esto es, una lengua que les permite hablar con conocimiento de causa y explicar correctamente los misterios divinos: que les permite discernir cuándo y cómo es oportuno servirse de palabras de aliento. Es lo que hicieron los discípulos del Señor cuando inundaron y saturaron los ánimos y los corazones con la sana e inmaculada doctrina de la fe cristiana, y presentaron a cuantos se acercaron a escuchar la divina predicación, uno u otro aspecto del mensaje evangélico atendiendo a las necesidades de cada oyente.

Pues a los que todavía eran niños les ofrecieron acertadamente la leche de una sencilla instrucción o el discurso catequético; en cambio, a los que habían alcanzado la edad del hombre perfecto y habían llegado a la medida de Cristo en su plenitud, les dieron un manjar sólido y altamente nutritivo. Esta fue realmente la lengua de iniciado y el don de ciencia para saber cuándo conviene hablar; dicen habérseles dado por la mañana, esto es, en el ánimo y en el corazón el esplendor del día, la iluminación de la luz divina e inteligible, la aparición del lucero del alba. Comprenderemos mejor esto con las palabras de san Pablo, que escribe: Damos gracias a Dios Padre, que nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su celeste caridad en la luz.

En efecto, el dios de este mundo ha cegado a los infieles, para que la luz del evangelio de Cristo no brillara para ellos. En cambio, para nosotros ha salido el sol de justicia, envolviendo las mentes en la divina luz, de suerte que seamos llamados hijos de la luz y lo seamos realmente. Pues en el momento mismo en que aceptemos la fe en Cristo y Cristo nos ilumine con su luz, se nos da por añadidura un oído especial, es decir, una facultad y una capacidad de oír insólita e inusitada. Por ejemplo: nosotros estamos convencidos de que la ley desempeña una función de pedagogo; y cuando escuchamos la ley de Moisés, esa misma ley la comprendemos con otros oídos, traducimos los símbolos a la realidad y transformamos la sombra en un germen de contemplación espiritual. Pues, mediante Cristo, la disciplina, es decir, la predicación evangélica y su mistagogía, nos enseña a interpretar espiritualmente la ley, y podríamos decir que abre los oídos de los que creyeron en Cristo.