¡pesadez es horror!
Sin tu empuje motor,
este andar no prosigo.
Y a solas contigo,
este encuentro, Señor;
desigual esplendor:
de mi sombra y tu brillo.
No es nada equitativo
pues yo traigo dolor,
del pecado el hedor,
y además mis conflictos;
y Tú, tan receptivo,
no me niegas tu amor,
y me imprimes tu olor
llamándome amigo.
Las penumbras se han ido,
se las llevan tu albor;
y, vencido el sopor,
ya retomo el camino.
Amén.
Amén.