Purificados por su palabra, Dios hace resplandecer en nosotros la imagen del hombre celestial

(De las Homilías de Orígenes, presbítero, sobre el libro del Génesis)

Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. El pintor de esta imagen es el Hijo de Dios. Y por tratarse de un pintor tan grande y de tanta calidad, su imagen puede ser afeada por la incuria, pero no borrada por la malicia. Pues la imagen de Dios permanece siempre en ti, aun cuando tú mismo superpongas la imagen del hombre terreno. Esta imagen del hombre terreno, que Dios no dibujó en ti, tú mismo te la vas pintando mediante la variada gama de tipos de malicia, cual si de una combinación de diversos colores se tratara. Por eso hemos de suplicar a aquel que dice por boca del profeta: He disipado como niebla tus rebeliones; como nube, tus pecados. Y cuando haya borrado en ti todos estos colores procedentes de los fraudes de la malicia, entonces resplandecerá en ti la imagen creada por Dios. Ya ves cómo las sagradas Escrituras traen a colación formas y figuras mediante las cuales aprenda el alma a conocerse y a purificarse a sí misma.

¿Quieres contemplar todavía esta imagen desde otra perspectiva? Hay cartas que Dios escribe y cartas que escribimos nosotros. Las cartas del pecado las escribimos nosotros. Escucha cómo se expresa el Apóstol: Borró —dice— el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas y era contrario a nosotros; lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz. Esto que el Apóstol llama protocolo, fue la caución de nuestros pecados. Pues cada uno de nosotros es deudor de aquello en que delinque y escribe la carta de sus pecados. Pues en el juicio de Dios —cuya apertura describe Daniel—, dice que se abrieron los libros, aquellos sin duda que contienen los pecados de los hombres. Estos libros los escribimos nosotros con las culpas que cometemos. Por donde consta que nuestras cartas las escribe el pecado; las de Dios, la justicia. Así, en efecto, lo dice el Apóstol: Vosotros sois una carta, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón. Tienes, pues, en ti la carta de Dios, y la carta del Espíritu Santo. Pero si pecas, tú mismo firmas el protocolo del pecado.

Pero fíjate que con sólo acercarte una vez a la cruz de Cristo y a la gracia del bautismo, tu protocolo fue clavado en la cruz y borrado en la fuente bautismal. No vuelvas a escribir nuevamente lo que fue borrado, ni restaures lo que ha sido abolido; conserva en ti únicamente la carta de Dios; que permanezca en ti la Escritura del Espíritu Santo.