Producid el fruto que la conversión pide

(De las Homilías de Orígenes, presbítero)

Sobre nuestro siglo pende la amenaza de una gran ira: todo el mundo deberá sufrir la ira de Dios. La ira de Dios provocará la subversión de la inmensidad del cielo, de la extensión de la tierra, de las constelaciones estelares, del resplandor del sol y de la nocturna serenidad de la luna. Y todo esto sucederá por culpa de los pecados de los hombres. En todo tiempo, es verdad, la cólera de Dios se desencadenó únicamente sobre la tierra, porque todos los vivientes de la tierra se habían corrompido en su proceder; ahora, en cambio, la ira de Dios va a descargar sobre el cielo y la tierra: los cielos perecerán, tú permaneces –se dirige a Dios–, se gastarán como la ropa. Considerad la calidad y la extensión de la ira que va a consumir el mundo entero y a castigar a cuantos son dignos de castigo: no le va a faltar materia en que ejercerse. Cada uno de nosotros suministramos con nuestra conducta materia a la ira. Dice, en efecto, san Pablo a los Romanos: Con la dureza de tu corazón impenitente te estás almacenando castigos para el día del castigo, cuando se revelará el justo juicio de Dios.

¿Quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Producid el fruto que la conversión pide. También a vosotros que os acercáis a recibir el bautismo, se os dice: producid el fruto que la conversión pide. ¿Queréis saber cuáles son los frutos que la conversión pide? El amor es fruto del Espíritu, la alegría es fruto del Espíritu, la paz, la comprensión, la servicialidad, la bondad, la lealtad la amabilidad, el dominio de sí y otras cualidades por el estilo. Si poseyéramos todas esas virtudes, habríamos producido los frutos que la conversión pide.

Y no os hagáis ilusiones pensando: «Abrahán es nuestro padre»; porque os digo que de estas piedras Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán. Juan, el último de los profetas, profetiza aquí el rechazo del primer pueblo y la vocación de los paganos. A los judíos, que estaban orgullosos de Abrahán, les dice en efecto: Y no os hagáis ilusiones pensando: «Abrahán es nuestro padre»; y refiriéndose a los paganos, añade: Porque os digo que de estas piedras Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán. ¿De qué piedras se trata? No apuntaba ciertamente a piedras inanimadas y materiales: se refería más bien a los hombres insensibles y antaño obstinados que por haber adorado ídolos de piedra y de madera, se cumplió en ellos aquello que de los tales se canta en el salmo: Que sean igual los que los hacen, cuantos confían en ellos.

Realmente los que hacen y confían en los ídolos pueden parangonarse con sus dioses: insensibles e irracionales, se han convertido en piedras y leños. No obstante ver en la creación un orden, una armonía y una disciplina admirables; a pesar de ver la sorprendente belleza del cosmos, se niegan a reconocer al Creador a partir de la criatura; no quieren admitir que una organización tan perfecta postula una Providencia que la dirija: son ciegos y sólo ven el mundo con los ojos con que lo contemplan los jumentos y las bestias irracionales. No admiten la presencia de una razón, en un modo manifiestamente regido por la razón.