(De "Caminos de oración" por Michel Quoist)
Somos sinceros al pensar que si los hombres quieren construir el mundo y desarrollar la humanidad sin Dios, están abocados al fracaso. Pero, nosotros mismos ¿qué lugar le dejamos en nuestra vida? ¿Es Jesucristo quien da todo el sentido a nuestra existencia? ¿Podemos decir que el evangelio ilumina plenamente nuestro caminar de cada día? El tiempo que ofrecemos al Señor, ¿no es con frecuencia el que nos queda — si es que queda— una vez cumplidas nuestras «obligaciones»? Y al educar a los hijos, ¿qué prioridades elegimos para su vida?
No estaría mal ponernos de vez en cuando delante de nuestra vida y delante de Cristo, para oír que nos dice: «¿Qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si pierde su vida?» (Mt 16,26).
Les dijo una parábola: Había un hombre rico que tuvo una gran cosecha en sus campos. Entonces empezó a pensar: «¿Qué voy hacer? Porque no tengo donde meter la cosecha. Bien —dijo— haré esto: derribaré mis graneros, construiré otros más grandes, meteré en ellos todas mis cosechas y mis bienes, y me diré: Bien: ya tienes muchos bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y pásalo bien». Pero Dios le dijo: «¡Insensato! Esta misma noche te van a arrancar la vida. ¿Para quién va ser todo lo que has acaparado?» Así es el que atesora para sí, en lugar de enriquecerse en Dios (Lc 12,16-21).
Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Para nada vale, sino para tirarla fuera, y que la pisen los hombres (Mt 5,13).
Ya te lo dije, Señor:
temo que el hombre
al hacerse omnipotente por la ciencia
acabe por olvidarte,
y poco a poco se destruya a sí mismo
al prescindir de ti1.
Pero pienso hoy que en mi vida
concretamente
estoy lejos de darte, Señor,
el lugar que te corresponde.
Dedico tiempo a instruirme,
a informarme y formarme,
porque echo de menos a veces
no saber más.
Leo libros,
algunos profundos...
y otros mucho menos.
Ojeo periódicos y revistas.
Escucho la radio,
miro la televisión...
No me faltan razones para hacerlo.
Hay que estar al corriente
y en buena forma en este mundo exigente...
Es necesario para vivir bien
y sacar adelante la familia.
Y encuentro tiempo,
dedico mucho tiempo,
del que me queda para vivir.
Pero ¿para ti, Señor,
para estar al corriente de ti,
para informarme de ti,
para mejor vivir de ti?
Tú, Señor, quedas... para después,
...¡para cuando me quede tiempo!
¿Y mis hijos, Señor?
Quiero que triunfen en la vida,
pero ¿con qué triunfo?
Que aprendan primero,
tanto como yo,
o más que yo.
Se lo pido,
lo exijo...
y a veces les castigo.
Les fijo objetivos prioritarios:
este año tienes que pasar de clase,
este año tienes que aprobar,
no estoy en contra de que
pertenezcas a un movimiento,
vayas a una convivencia el fin de semana,
hagas un retiro espiritual...
Pero... luego.
Así es, Señor, como vivo en concreto
y como actúo con mis hijos.
Y me espanta la hipócrita distancia que media
entre lo que pienso,
lo que digo
y lo que vivo.
Señor,
que viniste
a revelarnos el secreto de la vida
y el camino de amor que conduce a la felicidad,
aumenta en nosotros el deseo de encontrarte
para conocerte mejor
y el hambre de conocerte mejor
para mejor seguirte y servirte.
Haznos buscadores de Dios
no sólo con la inteligencia
sino también con el corazón.
Ayúdanos a encontrar tiempo para ti,
no sólo un tiempo arrancado
a las futilidades que lo ocupan,
sino un tiempo inédito,
un tiempo nuevo,
como el enamorado lo descubre de pronto
para un amor que surge de repente
en su vida repleta.
Señor, concédenos
a nosotros padres
que hemos dado la vida a nuestros hijos
sin que nos la pidieran,
la ambición primera de hacerles comprender
que esta vida no es un regalo
para consumir sólo por placer
sino un tesoro que hay que hacer fructificar
para poder darlo.
Ayúdanos a transmitirles el gusto por el estudio,
no para que triunfen
ni para conseguir más dinero,
sino porque son responsables delante de Dios
de los dones que han recibido
y que han de desarrollar
para mañana
servir mejor.
Danos mucha fe verdadera
para hacer que descubran
que la religión no es una lección
que se aprende o se sabe de memoria,
o un reglamento que hay que cumplir
para vivir con más tranquilidad,
sino Alguien a quien hay que encontrar,
a quien hay que conocer,
a quien hay que amar.
Ayúdanos, Señor, te lo suplico,
porque si desgraciadamente
les enseñamos falsas razones para vivir
les orientaremos por caminos sin salida.
Conseguirán quizá
recoger algunos placeres engañosos,
pero nunca encontrarán la verdadera FELICIDAD
para la que han sido creados.
Ayúdanos, Señor
porque, ¿para qué sirve,
nos dijiste,
ganar todo el mundo si se pierde la vida?
Y ¿para qué sirve ayudar a los hijos
a conquistar el mundo
si pierden la suya?