(De "Oraciones de vida" por Karl Rahner)
Señor, ven, entra en mi corazón, Tú que eres el Crucificado, el muerto, el que ama, el veraz, el paciente, el humilde, Tú que asumiste una vida larga y fatigosa en un rincón del mundo, desconocido por los tuyos, poco amado por los amigos, traicionado por ellos, sometido a la ley, a merced de la política desde el primer momento, refugiado cuando niño, hijo de un carpintero, predicador que cosechó fracasos, hombre que amó y no encontró correspondencia, hombre sublime a quien no comprendieron los que le rodeaban, abandonado y caído incluso en el abandono de Dios, Tú que lo sacrificaste todo, que te encomendaste en las manos de tu Padre, que dijiste: "Padre, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".
Voy a recibirte a ti tal como eres, quiero hacer de ti la más íntima ley de mi vida, quiero hacer de ti el peso y la fuerza de mi vida.
Al recibirte a ti acepto mi vida diaria tal cual es.
No necesito contarte sublimes sentimientos de mi alma, puedo extender ante ti mi vida diaria tal cual es, porque la he recibido de ti mismo: la vida diaria y su luz interna, la vida diaria y su sentido, la vida diaria y la fuerza para soportarla, la normalidad, que se ha convertido en el ocultamiento de tu vida eterna.