Señor, dame la paz, la paz que miro
Esta tarde otoñal en mi ventana,
mientras se tiñe la extensión lejana
con la diáfana sangre de un zafiro.
A esta dulce quietud es cuanto aspiro:
ser el árbol que nace en la sabana
y no sabe por qué; que cae mañana
y no tiene en sus hojas ni un suspiro.
Señor! pón en mi espíritu la suave
serenidad de la naturaleza
que de la duda y el dolor no sabe...
señor! ya nada quiero, nada ansío,
y sólo pido a tu gentil largueza
que me transformes en rosal o en río.