Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo:
«No; se ha de llamar Juan».
Le decían:
«No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre».
Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Él pidió una tablilla y escribió: ‘Juan es su nombre’. Y todos quedaron admirados.
Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo:
«Pues ¿qué será este niño?».
Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.
REFLEXIÓN (de "VIDA DE LOS SANTOS DE BUTLER"):
San Agustín hace la observación de que la Iglesia celebra la fiesta de los santos en el día de su muerte que, en realidad, es el día del nacimiento, del gran nacimiento a la vida eterna; pero que, en el caso de San Juan Bautista, hace una excepción y le conmemora el día de su nacimiento, porque fue santificado en el vientre de su madre y vino al mundo sin culpa. A decir verdad, la mayoría de los teólogos expresan su opinión de que Juan quedó investido con la gracia santificante, impartida por la presencia invisible de nuestro Divino Redentor, en el momento en que la Santísima Virgen visitó a su prima, Santa Isabel. Pero de cualquier manera, es digno de celebrarse el nacimiento del Precursor, ya que fue motivo de inmensa alegría para la humanidad tener entre sus miembros al que iba a anunciar la proximidad de la Redención.
Zacarías, el padre de Juan, era un sacerdote de la ley judía, e Isabel, su esposa, descendía, como él, de la casa de Aarón. Las Sagradas Escrituras nos aseguran que ambos eran justos, que su virtud era sincera y perfecta y que "los dos marchaban con fidelidad en los mandamientos y las ordenanzas del Señor". Y sucedió que, en el ejercicio de su ministerio sacerdotal, le tocó en turno a Zacarías la tarea de entrar en el Templo para cumplir con la ceremonia matinal y vespertina de ofrecer el incienso; un día muy especial, cuando se hallaba solo dentro del santuario y el pueblo oraba fuera, tuvo la visión del arcángel Gabriel que apareció de pie, al lado derecho del altar del incienso. Zacarías se sintió turbado y presa del temor, pero el ángel le tranquilizó al hablarle con un tono dulce y sereno para anunciarle que sus plegarias habían sido escuchadas y en consecuencia, su mujer, no obstante que era señalada como estéril, iba a concebir y le daría un hijo. El ángel agregó: "Tú le darás el nombre de Juan y será para ti objeto de júbilo y de alegría; muchos se regocijarán por su nacimiento, puesto que será grande delante del Señor". Las alabanzas al Bautista son particularmente notables porque fueron inspiradas por el mismo Dios.
Desde su concepción, Juan fue elegido para que fuese el heraldo, el portavoz del Redentor del mundo, la voz misma que iba a proclamar ante la humanidad la Palabra Eterna, la estrella matutina que iba a brillar como un sol de justicia y la luz del mundo. A menudo, otros santos fueron distinguidos por ciertos privilegios que pertenecían a su carácter especial; pero Juan los excedió a todos en cuanto a la recepción de gracias que hicieron de él, a un tiempo mismo, maestro, virgen y mártir. Y además, fue un profeta y más que un profeta, puesto que inició su misión al señalar al mundo, abiertamente, a Aquél a quien los antiguos profetas habían pronosticado vagamente y a distancia. La inocencia inmaculada es una gracia preciosa, y los primeros frutos del corazón se deben entregar a Dios; por consiguiente, el ángel mandó a Zacarías que el niño fuese consagrado al Señor desde su nacimiento y que (un indicio sobre la necesidad de mortificación si se desea proteger la virtud) jamás bebiera vino ni otro licor embriagante.
Las circunstancias del nacimiento de Juan, lo señalan como un milagro evidente, porque en aquel tiempo Isabel era ya vieja y, de acuerdo con el curso de las cosas naturales, no estaba en edad de concebir. Pero Dios había ordenado la cuestión de tal manera, que el suceso fuera tomado como el fruto de largos años de fervientes plegarias. No obstante, Zacarías, embargado aún por el asombro que le causó el anuncio y, en tono vacilante, pidió al ángel que le diese una señal o una prenda para asegurarle el cumplimiento de la gran promesa. Para conceder el signo pedido, pero al mismo tiempo para castigar las dudas del sacerdote, el arcángel Gabriel le informó que iba a quedar mudo hasta que llegase la hora del nacimiento del niño.
Isabel concibió y, en el sexto mes de su embarazo, recibió la visita de la Madre de Dios, quien llegó para saludar a su prima: "y sucedió que, en el momento en que Isabel oyó la salutación de María, la criatura que llevaba en el vientre saltó de júbilo". Al cumplirse los nueve meses de su embarazo, Isabel dio a luz un hijo, que fue circuncidado al octavo día. A pesar de que los familiares y amigos insistieron para que el recién nacido llevase el nombre de su padre, Zacarías, la madre exigió que fuera llamado Juan. También Zacarías respaldó la exigencia al escribir en una tablilla: "Su nombre es Juan". El sacerdote recuperó inmediatamente el uso de la palabra y entonó el hermoso himno de amor y agradecimiento conocido como "Benedictus", que la Iglesia repite a diario en su oficio y que considera apropiado para pronunciarlo sobre la tumba de todos y cada uno de sus fieles hijos, cuando sus restos se entregan a la tierra.
El Nacimiento de San Juan Bautista fue una de las primeras fiestas religiosas que encontraron un lugar definido en el calendario de la Iglesia; el lugar que ocupa hasta hoy: el 24 de junio.
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