(De la "La Imitación de Cristo" por Tomás de Kempis)
Gran cosa es y muy grande ser privado, y carecer de consuelo divino y humano, y querer sufrir de gana destierro de corazón por la honra de Dios, y en ninguna cosa buscarse a sí mismo, ni mirar a su propio merecimiento.
¿Qué gran cosa es, si estás alegre y devoto, cuando viene la gracia de Dios? Esta hora todos la desean.
Muy suavemente camina aquel a quien llama la gracia de Dios.
Y ¿qué maravilla, si no siente carga el que es llevado del Omnipotente, y guiado por el soberano guiador?
Muy de gana tomamos algún pasatiempo, y con dificultad se desnuda el hombre de sí mismo.
El mártir San Lorenzo venció al mundo y al afecto que tenía por su sacerdote, porque despreció todo lo que en el mundo parecía deleitable; y sufrió con paciencia, por amor de Cristo, que le fuese quitado Sixto, el Sumo Sacerdote de Dios, a quien él amaba mucho.
Pues así con el amor de Dios venció al amor del hombre, y trocó el acontecimiento humano por el buen placer divino. Así tú aprende a dejar algún pariente o amigo por amor de Dios; y no te parezca grave cuando te dejare tu amigo, sabiendo que es necesario que nos apartemos al fin unos de otros.
Mucho y de continuo conviene que pelee el hombre consigo mismo, antes que aprenda a vencerse del todo, y traer a Dios cumplidamente todo su deseo.
Cuando el hombre se está en sí mismo, de ligero se desliza en las consolaciones humanas.
Mas el verdadero amador de Cristo, y estudioso imitador de las virtudes, no se arroja a las consolaciones, ni busca tales dulzuras sensibles; mas antes procura fuertes ejercicios, y sufrir por Cristo duros trabajos.
Así, cuando Dios te diere la consolación espiritual, recíbela con hacimiento de gracias, mas entiende que es don de Dios, y no merecimiento tuyo.
No quieras ensalzarte ni alegrarte demasiado, ni presumir vanamente, mas humíllate por el don recibido, y sé mas avisado y temeroso en todas tus obras: porque se pasará aquella hora y vendrá la tentación.
Cuando te fuere quitada la consolación, no desesperes luego, mas espera con humildad y paciencia la visitación celestial: porque poderoso es Dios para tornarte mucha mayor consolación.
Esto no es cosa nueva ni ajena de los que han experimentado el camino de Dios; porque en los grandes Santos y antiguos Profetas, acaeció muchas veces esta manera de mudanza.
Por esto decía uno cuando tenía presente la gracia: Yo dije en mi abundancia, no seré movido ya para siempre. Y ausente la gracia, añade lo que experimentó en si diciendo: Volviste tu rostro, y fui lleno de turbación.
Mas por cierto, entre estas cosas no desespera, sino con mayor instancia ruega a Dios, y dice: A Ti, Señor, llamaré, y a mi Dios rogaré. Y al fin alcanza el fruto de su oración, y confirma ser oído, diciendo: Oyóme el Señor, y tuvo misericordia de mí: el Señor es hecho mi ayudador.
¿Mas en qué? Volviste, dice, mi llanto en gozo, y cercásteme de alegría.
Y si así se hizo con los grandes Santos, no debemos nosotros, enfermos y pobres, desconfiar si algunas veces estamos en fervor de devoción, y a veces tibios y fríos.
Porque el espíritu se viene y se va, según la divina voluntad.
Por eso dice el bienaventurado Job: Visítasle en la mañana, y súbito le pruebas.
Pues ¿sobre qué puedo esperar, o en quien debo confiar, sino solamente en la gran misericordia de Dios, y en la esperanza de la gracia celestial?
Pues aunque esté cercado de hombres buenos, o de hermanos devotos, o de amigos fieles, o de libros santos o tratados lindos, o de cantos suaves e himnos, todo aprovecha poco y tiene poco sabor, cuando soy desamparado de la gracia, y dejado en mi propia pobreza.
Entonces no hay mejor remedio que la paciencia, y negándome a mí mismo, ponerme en la voluntad de Dios.
Nunca hallé hombre tan religioso y devoto que alguna vez no tuviese apartamiento de la consolación divina o sintiese disminución del fervor.
Ningún Santo fue tan altamente arrebatado y alumbrado que antes o después no haya sido tentado.
Pues no es digno de la alta contemplación de Dios, el que no es ejercitado en alguna tribulación. Porque suele ser la tentación precedente, señal que vendrá la consolación.
Que a los probados en tentación, es prometida la consolación celestial.
Al que venciere, dice, dará a comer del árbol de la vida.
Dase también la divina consolación, para que el hombre sea más fuerte para sufrir las adversidades.
Y también se sigue la tentación, porque no se ensoberbezca del bien.
El demonio no duerme, ni la carne no está aún muerta: por esto no ceses de prepararte a la batalla. A la diestra y a la siniestra están los enemigos, que nunca descansan.