Abre mi labio tú, dulce amor mío,
y el cántico sonoro
salga del corazón y humilde llegue
a tu encumbrado solio:
Que se escuche ¡oh Jesús! cual débil nota
del himno majestuoso
que a tu inefable gloria se levanta
del universo todo;
que sus acentos oigan los mortales
ante tu amor absortos,
y resuene su flébil melodía
en el celeste coro.
Aunque en esta morada de tristeza
no te miren mis ojos,
en cuanto existe tu hermosura veo
y tus bondades toco;
en lo adverso y lo próspero te alabo,
y tu piedad imploro
cuando el primer fulgor tímido surge
en la región del orto;
cuando la luz, en el mediar del día,
derrama sus tesoros;
cuando la noche constelada vierte
refrigerante soplo.
Tuyo soy; a la luz de tu mirada,
me siento venturoso,
y del mundo insensato sólo quiero
olvido y abandono...
Mientras unos te niegan o maldicen,
y te desprecian otros,
rendida el alma, el corazón rendido,
y la frente en el polvo,
Te doy gracias, Señor, y te confieso,
te bendigo y te adoro!