Colgado de la Cruz, Cristo agoniza
y pronto va a morir. Es ya la hora
de su misericordia redentora,
que pidiendo el perdón se inmortaliza.
La hora sexta...Una luz plomiza
se cierne en el ambiente y se avizora
un funesto presagio...Cristo implora
el gran perdón. Su grito se eterniza.
En su misericordia no hay dobleces
y en su inmenso perdón incluye a todos,
desde el más santo hasta el mayor malvado.
Todos hemos pecado muchas veces
de mil maneras y diversos modos
y todos en la Cruz le hemos clavado.