que, al rendir el Salvador
su dulce frente al dolor
de su amargo sufrimiento,
como se rinde una flor
que troncha al pasar el viento;
cantando a la cruz llegaron
unas cuantas golondrinas,
y dulcemente arrancaron
las zarzas y las espinas
que los sayones clavaron
sobre las sienes divinas...
Y al ver hoy estas edades
llenas de vanas torpezas,
y de míseras ruindades
y mentirosas grandezas,
pregunto yo, con dolor,
si el mundo falso y traidor,
al irse las golondrinas,
no ha vuelto a llenar de espinas
la frente del Salvador...
De espinas, sí, de rencores;
de ingratos apartamientos,
de hipócritas fingimientos;
de mentirosos amores;
espinas, más engañosas
porque se ocultan en rosas
de mil fingidas virtudes;
espinas de ingratitudes
que son las más dolorosas...
¡Que no hay puñal que taladre
con tanta fuerza y dolor
como la espina que a un padre
le clava un hijo traidor...!
Así el mundo pecador
hiere las sienes divinas
del Divino Redentor...
¿Y no habrá ya golondrinas
para arrancar las espinas
de la frente del Señor?
Sí: en esta Casa han oído
unas almas tus querellas;
esta Casa que ha seguido,
como una esclava, tus huellas,
quiere, Señor, ser un nido
de golondrinas de aquellas...
Mientras el mundo, burlando
vaya en tu frente clavando
sus zarzas y sus espinas
¡nosotras, tus golondrinas,
te las iremos quitando!
Tendrás por cada escondido
puñal que tu pecho clava,
un pecho de pena herido;
un amor por cada olvido;
por cada ingrato una esclava;
por cada abandono un nido;
un bien por cada dolor;
por cada infiel pecador
un alma buena y cristiana;
y una lágrima de amor
por cada risa mundana.
Y así, cada golondrina,
tus heridas al curar,
sabrá, Señor, despertar
en tu alma grande y divina,
tanto amor... ¡que aun va a sobrar
amor para perdonar
al que te clave la espina!