(De "Oraciones para rezar por la calle" por Michel Quoist)
Llevamos siempre en nuestro cuerpo la mortificación de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo (2 Cor 4,10).
Ahora vemos por un espejo y oscuramente, entonces veremos cara a cara (1 Cor 13,12).
Señor, ella te ha mirado largamente,
ha sufrido contigo
y, no pudiendo más, ha atropellado a los soldados y con un fino lienzo ha enjugado tu rostro.
¿Quedaron tus rasgos sangrientos grabados en el lienzo? Puede ser.
En su corazón ciertamente quedaron.
Me hace falta, Señor, contemplarte largamente, gratuitamente, como el hermano pequeño admira y ama al hermano mayor.
Pues yo quiero parecerme a Ti y para esto es preciso, ante todo, mirarte.
Si Tú quieres yo me convertiré un poco en Ti, pues el amigo que ama a su amigo llega a ser una sola alma con él.
Pero, Señor, demasiadas veces paso ante Ti despreocupado, o me aburro cuando me paro y te miro y así ofrezco a los otros una bien triste caricatura de Ti.
Perdón por mi mirada opaca: ellos no ven en ella tu Luz;
perdón por mi cuerpo ávido de placeres: ellos no adivinan al fondo tu presencia;
perdón por mi corazón lleno de cachivaches: ellos no encuentran en él tu Amor.
Pero, Señor, ven de todos modos a mi casa: mis puertas están abiertas.