Jesús es despojado de sus vestiduras

(De "Oraciones para rezar por la calle" por Michel Quoist)

Es llegada la hora en que el Hijo del Hombre será glorificado. En verdad, en verdad os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere dará mucho fruto (Jn 12,23-24).

Ya lo único tuyo que te quedaba era la túnica.
Le tenías un cariño especial. La había tejido tu madre.
Pero aun eso sobraba.
Una sola cosa, Señor, es necesaria: tu Cruz.

Ahora todo lo que os separaba ha desaparecido,
al fin podéis tu cruz y Tú desposaros para siempre,
y, trágica pareja, vais a salvar al mundo.

También yo, Señor, debo abandonar todos estos vestidos de ceremonia que me estorban en mi vida y me esconden a tus ojos,
este «tener» que ahoga el «ser» en mí, y me separa de los otros.

Así, Señor, yo debo, poco a poco, hacer morir en mi vida todo aquello que no sea fidelidad a tu voluntad.

Y esto no me gusta un pelo, Señor; hay que estar siempre muriendo.

Qué exigente eres:
yo doy y aún sigues pidiendo.

Me gustaría quedarme con cuatro naderías,
cuatro fruslerías que se me pegan a la piel y no acabo de resignarme a ofrecerte.

Pero si Tú lo quieres todo, Señor, tómalo todo.
Arranca Tú mismo mí último vestido.
Pues yo sé bien que hace falta morir para merecer la Vida
como el grano debe pudrirse para que pueda nacer la espiga de oro.