(del discurso del Papa Francisco a los participantes de la Asamblea Plenaria de la Federación Bíblica Católica, en fecha 19 de junio del 2015)
La Iglesia, que proclama cada día la Palabra, recibiendo de ella alimento e inspiración, se convierte en beneficiaria y testigo excelente de la eficacia y fuerza ínsita en la misma palabra de Dios.
No somos nosotros, ni nuestros esfuerzos, sino el Espíritu Santo quien obra por medio de aquellos que se dedican a la pastoral, y también hace lo mismo en los oyentes, predisponiendo a unos y otros a la escucha de la Palabra anunciada y a la acogida del mensaje de vida.
En el año en que se celebra el quincuagésimo aniversario de la promulgación de la constitución dogmática sobre la divina revelación Dei Verbum, parece muy oportuno que dediquéis vuestra asamblea plenaria a la reflexión sobre la Sagrada Escritura, fuente de evangelización.
San Juan Pablo II, en 1986, os invitó a realizar una atenta relectura de la Dei Verbum, aplicando sus principios y poniendo en práctica sus recomendaciones. Ciertamente, el Sínodo de los obispos sobre la palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia de 2008 representó otra importante ocasión para reflexionar sobre su aplicación.
También hoy quiero invitaros a llevar adelante este trabajo, valorando siempre el tesoro de la constitución conciliar, así como el Magisterio sucesivo, mientras comunicáis la «alegría del Evangelio» hasta los confines de la tierra, en obediencia al mandato misionero.
«La Iglesia no evangeliza si no se deja continuamente evangelizar. Es indispensable que la Palabra de Dios sea cada vez más el corazón de toda actividad eclesial» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 174).
Pero hay lugares donde la Palabra de Dios aún no ha sido proclamada o, aunque proclamada, no ha sido acogida como Palabra de salvación. Hay lugares donde la palabra de Dios se vacía de su autoridad.
La falta del apoyo y del vigor de la Palabra lleva a un debilitamiento de las comunidades cristianas de antigua tradición y frena el crecimiento espiritual y el fervor misionero de las Iglesia jóvenes.
Todos nosotros somos responsables si «el mensaje correrá el riesgo de perder su frescura y dejará de tener olor a Evangelio» (Evangelii gaudium, 39).
Por lo tanto, sigue siendo valiosa la invitación a un especial compromiso pastoral para mostrar el lugar central de la Palabra de Dios en la vida eclesial, favoreciendo la animación bíblica de toda la pastoral.
Debemos lograr que en las actividades habituales de todas las comunidades cristianas, en las parroquias, en las asociaciones y en los movimientos, realmente se tome en serio el encuentro personal con Cristo, que se comunica con nosotros mediante su palabra, porque, como nos enseña san Jerónimo, el «desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo» (Dei Verbum, 25).
La misión de los servidores de la Palabra —obispos, sacerdotes, religiosos y laicos— es promover y favorecer este encuentro, que suscita la fe y transforma la vida; por eso ruego, en nombre de toda la Iglesia, para que cumpláis vuestro mandato: lograr «que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1), hasta el día de Cristo Jesús.