(Oración del Papa Juan Pablo II el 12 de octubre de 1992)
Dios te salve, María, llena de gracia:
Te saludo, Virgen María, con las palabras del Ángel.
Me postro ante tu imagen, Patrona de la República Dominicana,
para proclamar tu bendito nombre de la Altagracia.
Tú eres la “llena de gracia”, colmada de amor por el Altísimo,
fecundada por la acción del Espíritu,
para ser la Madre de Jesús, el Sol que nace de lo alto.
Te contemplo, Virgen de la Altagracia,
en el misterio que revela tu imagen:
el Nacimiento de tu Hijo, Verbo encarnado,
que ha querido habitar entre nosotros,
al que tú adoras y nos muestras
para que sea reconocido como Salvador del mundo.
Tú nos precedes en la obra de la nueva Evangelización
que es y será siempre anunciar y confesar a Cristo
“Camino, Verdad y Vida”.
Santa María, Madre de Dios:
Recuerdo ante tu imagen, en este 12 de octubre de 1992,
el cumplimiento de los quinientos años
de la llegada del Evangelio de Cristo a los pueblos de América,
con una nave que llevaba tu nombre y tu imagen: la “Santa María”.
Con toda la Iglesia de América entono el canto del “Magnificat”,
porque, por tu amor maternal, Dios vino a visitar a su pueblo
en los hijos que habitaban estas tierras,
para poner en medio de ellos su morada,
comunicarles la plenitud de la salvación en Cristo
y agregarlos, en un mismo Espíritu, a la Santa Iglesia Católica.
Tú eres la Madre de la primera Evangelización de América,
y el don precioso que Cristo nos trajo
con el anuncio de la salvación.
Reina y Madre de América:
Te venero, con los pastores y fieles de este Continente,
en todos los santuarios e imágenes que llevan tu nombre,
en las catedrales, parroquias y capillas,
en las ciudades y aldeas, junto a los océanos, ríos y lagos,
en medio de la selva y en las altas montañas.
Te invoco con los idiomas de todos sus habitantes
y te expreso el amor filial de todos los corazones.
Desde hace quinientos años estás presente
a lo largo y ancho de estas tierras benditas que son tuyas,
porque decir América es decir María.
Tú eres la Madre solícita y amorosa de todos tus hijos
que te aclaman como “vida, dulzura y esperanza nuestra”.
Madre de Cristo y de la Iglesia:
Te presento y consagro, como Pastor de la Iglesia universal,
a todos tus hijos de América:
a los obispos, sacerdotes, diáconos y catequistas;
religiosos y religiosas;
a quienes viven su consagración en la vida contemplativa
o la testimonian en medio del mundo.
Te encomiendo a los niños y a los jóvenes,
a los ancianos, a los pobres y a los enfermos,
a cada una de las Iglesias locales,
a todas las familias y comunidades cristianas.
Te ofrezco sus gozos y esperanzas, sus temores y angustias,
sus plegarias y esfuerzos para que reine la justicia y la paz,
iluminados por el Evangelio de la verdad y la vida.
Tú, que ocupas un puesto tan cercano a Dios y a los hombres,
con tu mediación maternal presenta a tu Hijo Jesucristo
la ofrenda del Pueblo sacerdotal de las Américas;
implora el perdón por las injusticias cometidas,
acompaña con tu cántico de alabanza
nuestra acción de gracias.
Virgen de la Esperanza y Estrella de la Evangelización:
Te pido que conserves y acrecientes el don de la fe
y de la vida cristiana,
que los pueblos de América recibieron hace cinco siglos.
Intercede ante tu Hijo para que este Continente
sea tierra de paz y de esperanza,
donde el amor venza al odio, la unidad a la rivalidad,
la generosidad al egoísmo, la verdad a la mentira,
la justicia a la iniquidad, la paz a la violencia.
Haz que sea siempre respetada la vida
y la dignidad de cada persona humana,
la identidad de las minorías étnicas,
los legítimos derechos de los indígenas,
los genuinos valores de la familia
y de las culturas autóctonas.
Tú, que eres Estrella de la Evangelización,
impulsa en todos el ardor del anuncio de la Buena Nueva
para que sea siempre conocido, amado y servido
Jesucristo, fruto bendito de tu vientre,
Revelador del Padre y Dador del Espíritu,
“el mismo ayer, hoy y siempre”. Amén.