La Iglesia fundada por Cristo y depositaria de su Palabra se dirige al individuo con autoridad

(De "Vida de la fe" por Romano Guardini)

«El que no escucha a la Iglesia, que sea a vuestros ojos como un pagano o un pecador público». Es para cada individuo la órbita de su vida cristiana. En ella «no somos ya extraños, sino habitantes de una misma casa».

Ella es el coro en el cual los individuos tienen su lugar asignado, una totalidad creyente, militante, oferente, celebrante.

Ella es la unidad de la vida sagrada, en la cual todos participan; es el cuerpo, después de haber sido el seno que lo llevaba.

En ella, la potencia redentora de Dios se ha apoderado de las raíces del ser. En ella, ha comenzado a existir la nueva creación. Nuevos cielos y una nueva tierra; casi habría que decir una «nueva naturaleza», sólo entonces naturaleza verdadera, hecha posible por obra de la gracia.

La Iglesia es la esposa de Cristo y la madre santísima de cada creyente. En la proclamación de la Palabra y en las fuentes del Bautismo, sus entrañas se abren, tiene lugar un nuevo nacimiento proveniente de Dios.

A ella, y no a la existencia individual, es a quien pertenecen los «signos eficaces», los sacramentos; a ella es a quien pertenecen las formas y las reglas sagradas de la nueva existencia donde el individuo «penetra».

La Iglesia misma cree. Vive como creyente. La fe de la Iglesia tiene un carácter que le es propio, pues siendo una, es vasta y múltiple, llena de tensiones, de perspectivas lejanas que, sin embargo, constituyen un todo.

La fe de la Iglesia se arraiga y realiza en otras estructuras del espíritu y del alma distintas de la fe del individuo. Posee una profundidad y una grandeza que le son propias, y está expuesta a crisis que también le son propias. Éste no es lugar para extenderse más sobre el particular.

En esa vida de la fe de la Iglesia es donde participa el individuo, aunque de manera diferente.

La Iglesia es el principio original de la vida individual; es el suelo que la sostiene, la atmósfera en la cual respira, y henos aquí de vuelta al punto en que nos hallábamos al comienzo de nuestro estudio y que todavía no podíamos admitir: la Iglesia es un todo viviente que penetra en el individuo.

Es de ella de donde él extrae su vida, sin que tenga, sin embargo, necesidad de saberlo. Pero la Iglesia puede igualmente tomar distancias con respecto al individuo, recobrarse y erguirse frente a él, como depositaria de una autoridad santa. Es lo que hace cuando enseña, distingue, juzga, ordena.

Es a la Iglesia, no al individuo, a quien se confían la nueva existencia, la existencia cristiana, la enseñanza divina, el misterio de Cristo y el gobierno sagrado, así como le es conferida la fuerza creadora capaz de transmitir y propagar la fe.

La misión de la Iglesia es completamente maternal: ella nos conduce, es a la vez el suelo que nos sostiene y la atmósfera en la cual respiramos. Si bien es verdad que a través de ella es Dios quien obra, es por mediación de la Iglesia como el individuo recibe el contenido de la fe y, con la autoridad que se le ha conferido, la que juzga.

También en esto es Dios quien obra, pero sólo a través de ella, y no por el individuo, así se trate del mejor dotado y más inteligente.

Es por mediación de la Iglesia como Dios enseña y como juzga la fe del individuo, según la sentencia: «el que no escucha a la Iglesia" que sea a vuestros ojos como un pagano o un pecador público».