Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla mientras él despedía a la gente. Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo.
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma.
Jesús les dijo en seguida:
-¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!
Pedro le contestó:
-Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.
El le dijo:
-Ven.
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
-Señor, sálvame.
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
-¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo:
-Realmente eres Hijo de Dios.
REFLEXIÓN (de los Sermones de san Agustín):
Mirad a aquel Pedro que entonces nos representaba; ya confía, ya vacila; ya confiesa al inmortal, ya teme que muera. La Iglesia de Cristo tiene hombres fuertes y débiles; no puede mantenerse sin los fuertes y sin los débiles, y por eso dice el Apóstol: Nosotros los fuertes debemos llevar la carga de los débiles. En el decir: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, significa a los fuertes; pero en el temblar y titubear, no querer que Cristo padezca, temiendo la muerte, no reconociendo a la vida, significa a los débiles en la Iglesia. En un solo apóstol, en Pedro, primero y principal en el orden de los Apóstoles y que representaba a la Iglesia, había que significar los dos grupos, esto es, los fuertes y los débiles; porque sin ambos no hay Iglesia.
Y de ahí viene lo que se acaba de leer: Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas. Si eres tú, mándame: porque no puede hacerlo por mí, sino por ti. Reconoció lo que era de por sí y lo que era por Aquel por cuya voluntad creía poder lo que no podría ninguna debilidad humana. Por eso, si eres tú, mándame, pues nada más mandarlo, se hará; lo que no puedo yo presumiendo, lo puedes tu mandando. Y el Señor dijo: Ven. Y bajo la palabra del que mandaba, bajo la presencia del que sostenía, bajo la presencia del que disponía, Pedro sin vacilar y sin demora saltó al agua y comenzó a caminar.
Pudo lo mismo que el Señor, no por sí, sino por el Señor. Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas, mas ahora sois luz; pero en el Señor. Lo que nadie puede hacer en Pablo, o en Pedro, o en cualquiera otro de los Apóstoles, puede hacerlo en el Señor. Por eso Pablo, rebajándose útilmente, exalta al Señor diciendo muy bien: ¿Acaso Pablo ha sido crucificado por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo? No, pues, en mí, sino conmigo; no bajo mi poder, sino bajo el suyo.
Pedro caminó, pues, sobre las aguas por mandato del Señor, sabiendo que por sí mismo no podría hacerlo. Por la fe pudo lo que la debilidad humana no podría. Estos son los fuertes en la Iglesia. Atended, escuchad, entended, obrad. Porque no hay que tratar aquí con los fuertes para que sean débiles, sino con los débiles para que sean fuertes. A muchos les impide ser firmes su presunción de firmeza. Nadie logra de Dios la firmeza, sino quien en sí mismo reconoce su flaqueza. El Señor derrama lluvia voluntaria en su heredad.
¿Por qué os adelantáis, los que sabéis lo que voy a decir? Templad la velocidad para que nos sigan los más lentos. Esto dije y esto digo: oíd, comprended, obrad. Nadie logra de Dios la firmeza si no reconoce en sí mismo su flaqueza.
Como dice el salmo, es lluvia voluntaria; no fruto de nuestros méritos, sino voluntaria. Dios otorga lluvia voluntaria a su heredad; se había debilitado, pero tú la perfeccionaste. Derramaste lluvia voluntaria, no atendiendo a los méritos humanos, sino a tu gracia y misericordia. Se había menoscabado la misma heredad, y reconoció el menoscabo en sí misma, para ser engrandecida en ti. No habría sido fortalecida si no hubiera flaqueado, para ser perfeccionada en ti.
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