Sólo los ciegos se ponen en las manos de un lazarillo y se dejan conducir como niños. De ahí que para purificar la acción todavía demasiado humana del militante, el Señor se ve obligado a negarle toda luz.
En adelante no deberá poner su confianza más que en Dios.
El hombre tenía sus esperanzas puestas en la organización,ya no sabe qué hacer. Creía en su palabra, no sabe ensartar tres frases. Confiaba en el valor de las reuniones, fracasan estrepitosamente las que había preparado con todo detalle.
Donde antes lograba los más resonantes éxitos, hoy cosecha desastres. Y Dios cual si se mofase de su inutilidad repentina y total sigue actuando, pero al margen de lo normal hasta entonces, sin tener en cuenta para lo más mínimo a este «servidor inútil».
Y para colmo, cuando el militante avergonzado y al borde de la desesperación busca a Cristo para llorar en su presencia, éste se hace invisible.
Y el cristiano se queda solo en la noche.
La prueba es dura. No hay que hacer nada para escamoteársela, pero hay que confortarle en ella.
Al igual que la presa cierra el paso al agua para amontonar más y multiplicar su fuerza, así Dios no queriendo para su militante una acción a ras del suelo, le hará fracasar de tejas abajo, para purificarle más y más y llevarle hasta el fondo de su fe.
Llegada la hora sexta hubo oscuridad sobre la tierra hasta la hora de nona. Y a la hora de nona gritó Jesús con voz fuerte: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15,33-35).
Señor, es de noche.
¿Estás también aquí en mi noche?
Tu luz se ha apagado y su reflejo sobre los hombres y las cosas ha desaparecido y todo me parece gris y sombrío como la naturaleza cuando la niebla eclipsa el sol y amortaja la tierra.
Todo se me hace cuesta arriba, todo me pesa y yo me siento torpe y lento.
Al despertar, la mañana me abruma porque me esconde un día.
Yo tengo prisa por desaparecer y deseo la muerte como un olvido.
Yo quisiera partir,
escaparme,
escapar
no sé adonde, escaparme.
¿Escapar de quién?
De Ti, Señor, de los otros, de mí, no sé de quién.
Pero escapar
huir.
Y camino como un hombre borracho
empujado por la costumbre, sin porqué.
Repito cada día los mismos gestos, pero sé de antemano que son inútiles,
camino, pero sé que mis pasos no van a ningún sitio,
hablo y, mis palabras me parecen horriblemente vacías pues sólo —yo lo sé— pueden oírlas los oídos de carne, y no las almas que viven demasiado altas y lejanas.
Aun las mismas ideas se me esconden, se me hace cuesta arriba el pensar.
Las palabras a veces se me escapan, se resisten a seguirme sirviendo,
balbuceo, me embarullo, enrojezco,
soy ridículo.
Y me avergüenzo pensando que los demás pudieran darse cuenta.
¿Es que me estoy volviendo loco, Señor?
¿O es que Tú quieres esto?
Pero todo esto no sería nada si yo no estuviese solo.
Porque estoy solo.
Tú me has arrastrado lejos, Señor; confiado yo te seguí, mas Tú ibas a mi lado,
pero he aquí que en pleno desierto, en plena noche,
bruscamente Tú has desaparecido,
llamo y no me respondes,
te busco y no te encuentro.
Yo he abandonado todo y ahora me encuentro solo.
Tu ausencia es mi dolor.
Es de noche, Señor.
¿Estás aquí en mi noche?
¿A dónde estás?
¿Me amas todavía?
¿O te has cansado de mí?
Señor, respóndeme.
¡Responde!
Es de noche.