(Sermón de san Bernardo de Claraval, acerca del Cantar de los Cantares)
Por todas las páginas de este Cántico encontrarás al Verbo oculto bajo el florido ropaje de imágenes de este tipo. Por esta razón, cuando el profeta dice: Al ungido del Señor, al que era nuestro aliento: a su sombra viviremos entre los pueblos, pienso que quiere decirnos que ahora vemos como en un espejo de adivinar, sin llegar todavía al cara a cara. Y esto precisamente mientras vivimos entre los pueblos, pues cuando vivamos entre los ángeles será otra cosa. Entonces, en posesión ya de una inalterable felicidad, veremos como ellos a Dios tal cual es, es decir, no a través de sombras, sino en su esencia divina.
Y así como afirmamos que los antiguos vivieron entre sombras y figuras, mientras que a nosotros nos ha inundado la luz de la misma verdad gracias a Cristo presente en la carne, así también creo que no habrá nadie que niegue que, en comparación con la vida venidera, nosotros mismos vivimos en el entretanto en una especie de penumbra de la verdad, a no ser que quiera contradecir al Apóstol cuando afirma: Inmaduro es nuestro conocer e inmadura nuestra profecía; y aquello: No es que haya conseguido el premio. ¿Cómo no va a haber diferencia entre el que camina en la fe y el que goza ya de la visión? Así pues, el justo vive de la fe, el santo goza en la visión. De aquí que el hombre santo vive aquí en la tierra en la sombra de Cristo, mientras el santo ángel se gloría de la espléndida luz de la gloria.
La sombra de la fe es providencial, pues acomoda el volumen luminoso a la capacidad del ojo débil y lo prepara para los esplendores de la luz. Está escrito en efecto: Ha purificado sus corazones con la fe. Pues la fe no apaga la luz, sino que la conserva. La sombra de la fe me preserva, custodiado en el secreto de su fidelidad, todo lo que el ángel ve abiertamente, para revelármelo a su debido tiempo. Por lo demás, la misma Madre de Dios vivía en la sombra de la fe, pues que se le dijo: Dichosa tú, que has creído. Tuvo además la sombra que proyectaba el cuerpo de Cristo la que oyó: La fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra. Y no puede ser despreciable la sombra proyectada por la fuerza del Altísimo. Hay en la carne de Cristo una verdadera fuerza, que cubrió a la Virgen con su sombra, hasta el punto de que lo que era imposible para una mujer mortal, una vez concebido el cuerpo vivificante, fue hecha capaz de ser portadora de la presencia de la majestad y de soportar la luz inaccesible. Es una fuerza tal, que desarticula todas las fuerzas enemigas. Fuerza y sombra que pone en fuga a los demonios y protege a los hombres. Mejor dicho: fuerza que vigoriza, sombra que refresca.
Así, pues, vivimos en la sombra de Cristo cuantos caminamos en la fe y nos alimentamos de su carne para tener vida, porque la carne de Cristo es verdadera comida. Y quién sabe si precisamente por esto Cristo es descrito en este pasaje con el atuendo de pastor, al que la esposa se dirige, como a un pastor cualquiera, diciéndole: Avísame dónde pastoreas, dónde recuestas tu ganado en la siesta. Buen pastor que da su vida por sus ovejas. Da su vida por ellas: la vida como precio, la carne como alimento. ¡Qué maravilla! El es el pastor, él es el pasto, él es la redención.