todos sus afanes:
cómo juró al Señor
e hizo voto al Fuerte de Jacob:
«No entraré bajo el techo de mi casa,
no subiré al lecho de mi descanso,
no daré sueño a mis ojos,
ni reposo a mis párpados,
hasta que encuentre un lugar para el Señor,
una morada para el Fuerte de Jacob».
Oímos que estaba en Efrata,
la encontramos en el Soto de Jaar:
entremos en su morada,
postrémonos ante el estrado de sus pies.
Levántate, Señor, ven a tu mansión,
ven con el arca de tu poder:
que tus sacerdotes se vistan de gala,
que tus fieles vitoreen.
Por amor a tu siervo David,
no niegues audiencia a tu Ungido.
Catequesis del Papa Benedicto XVI (de la Audiencia General del 14 de septiembre de 2005):
Hemos escuchado la primera parte del salmo 131, un himno que la liturgia de Vísperas nos presenta en dos momentos distintos. Muchos estudiosos piensan que este canto resonó en la celebración solemne del traslado del arca del Señor, signo de la presencia divina en medio del pueblo de Israel, en Jerusalén, la nueva capital elegida por David.
En el relato de este acontecimiento, tal como nos lo presenta la Biblia, se lee que el rey David "danzaba y giraba con todas sus fuerzas ante el Señor, ceñido de un efod de lino. David y toda la casa de Israel hacían subir el arca del Señor entre clamores y resonar de cuernos" (2 S 6, 14-15).
Otros estudiosos, en cambio, afirman que el salmo 131 se refiere a una celebración conmemorativa de ese acontecimiento antiguo, después de la institución del culto en el santuario de Sión precisamente por obra de David.
Nuestro himno parece suponer una dimensión litúrgica: probablemente se utilizaba durante el desarrollo de una procesión, con la presencia de sacerdotes y fieles, y con la intervención de un coro.
Siguiendo la liturgia de Vísperas, reflexionaremos en los primeros diez versículos del Salmo, los que se acaban de proclamar. En el centro de esta sección se encuentra el solemne juramento que pronunció David. En efecto, se dice que, una vez superado el duro contraste que tuvo con su predecesor el rey Saúl, "juró al Señor e hizo voto al Fuerte de Jacob". El contenido de este compromiso solemne es claro: el soberano no pisará el palacio real de Jerusalén, no irá tranquilo a descansar, si antes no ha encontrado una morada para el arca del Señor.
Y esto es muy importante, porque demuestra que en el centro de la vida social de una ciudad, de una comunidad, de un pueblo, debe estar una presencia que evoca el misterio de Dios trascendente, precisamente un espacio para Dios, una morada para Dios. El hombre no puede caminar bien sin Dios, debe caminar juntamente con Dios en la historia, y el templo, la morada de Dios, tiene la misión de indicar de modo visible esta comunión, este dejarse guiar por Dios.
En este punto, después de las palabras de David, aparece, tal vez mediante las palabras de un coro litúrgico, el recuerdo del pasado. En efecto, se evoca el descubrimiento del arca en los campos de Jaar, en la región de Efratá: allí había permanecido largo tiempo, después de ser restituida por los filisteos a Israel, que la había perdido durante una batalla.
Por eso, desde esa provincia es llevada a la futura ciudad santa, y nuestro pasaje termina con una celebración festiva, en la que por un lado está el pueblo que adora, o sea, la asamblea litúrgica; y, por otro, el Señor, que vuelve a hacerse presente y operante mediante el signo del arca colocada en Sión, así en el centro de su pueblo.
El alma de la liturgia está en este encuentro entre sacerdotes y fieles, por una parte, y el Señor con su poder, por otra.
Como sello de la primera parte del salmo 131 resuena una aclamación orante en favor de los reyes sucesores de David: "Por amor a tu siervo David, no niegues audiencia a tu ungido".
Así pues, se refiere al futuro sucesor de David, "tu ungido". Es fácil intuir una dimensión mesiánica en esta súplica, destinada inicialmente a pedir ayuda para el soberano judío en las pruebas de la vida. En efecto, el término "ungido" traduce el término hebreo "Mesías": así, la mirada del orante se dirige más allá de las vicisitudes del reino de Judá y se proyecta hacia la gran espera del "Ungido perfecto", el Mesías, que será siempre grato a Dios, por él amado y bendecido. Y no será sólo de Israel, sino el "ungido", el rey de todo el mundo. Dios está con nosotros y se espera este "ungido", que vino en la persona de Jesucristo.
Esta interpretación mesiánica del "ungido" futuro ha sido común en la relectura cristiana y se ha extendido a todo el Salmo.
Es significativa, por ejemplo, la aplicación que Hexiquio de Jerusalén, un presbítero de la primera mitad del siglo V, hizo del versículo 8 a la encarnación de Cristo. En su Segunda homilía sobre la Madre de Dios se dirige así a la Virgen. "Sobre ti y sobre Aquel que de ti ha nacido, David no cesa de cantar con la cítara: "Levántate, Señor, ven a tu mansión, ven con el arca de tu poder".
¿Quién es "el arca de tu poder"? Hexiquio responde: "Evidentemente, la Virgen, la Madre de Dios, pues si tú eres la perla, ella es con verdad el arca; si tú eres el sol, la Virgen será denominada necesariamente el cielo; y si tú eres la flor incontaminada, la Virgen será entonces planta de incorrupción, paraíso de inmortalidad".
Me parece muy importante esta doble interpretación. El "ungido" es Cristo. Cristo, el Hijo de Dios, se encarnó. Y el Arca de la alianza, la verdadera morada de Dios en el mundo, no hecha de madera sino de carne y sangre, es la Virgen, que se ofrece al Señor como Arca de la alianza y nos invita a ser también nosotros morada viva de Dios en el mundo.