El sagrado misterio de la unidad de la Iglesia
La Iglesia es una debido a su origen: "El modelo y principio supremo de este misterio es la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la Trinidad de personas" (Decreto Unitatis Redintegratio sobre el ecumenismo). La Iglesia es una debido a su Fundador: "Pues el mismo Hijo encarnado por su cruz reconcilió a todos los hombres con Dios restituyendo la unidad de todos en un solo pueblo y en un solo cuerpo" (Constitución Pastoral Gadium et Spes sobre la Iglesia en el mundo actual). La Iglesia es una debido a su "alma": "El Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable comunión de fieles y une a todos en Cristo tan íntimamente que es el Principio de la unidad de la Iglesia" (Decreto Unitatis Redintegratio sobre el ecumenismo). Por tanto, pertenece a la esencia misma de la Iglesia ser una:
«¡Qué sorprendente misterio! Hay un solo Padre del universo, un solo Logos del universo y también un solo Espíritu Santo, idéntico en todas partes; hay también una sola virgen hecha madre, y me gusta llamarla Iglesia» (Clemente de Alejandría).
Desde el principio, esta Iglesia una se presenta, no obstante, con una gran diversidad que procede a la vez de la variedad de los dones de Dios y de la multiplicidad de las personas que los reciben. En la unidad del Pueblo de Dios se reúnen los diferentes pueblos y culturas. Entre los miembros de la Iglesia existe una diversidad de dones, cargos, condiciones y modos de vida; "dentro de la comunión eclesial, existen legítimamente las Iglesias particulares con sus propias tradiciones" (Constitución Dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia). La gran riqueza de esta diversidad no se opone a la unidad de la Iglesia. No obstante, el pecado y el peso de sus consecuencias amenazan sin cesar el don de la unidad. También el apóstol debe exhortar a "guardar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz" (Ef 4, 3).
— la profesión de una misma fe recibida de los Apóstoles;— la celebración común del culto divino, sobre todo de los sacramentos;— la sucesión apostólica por el sacramento del orden, que conserva la concordia fraterna de la familia de Dios.
"La única Iglesia de Cristo, Nuestro Salvador, después de su resurrección, la entregó a Pedro para que la pastoreara. Le encargó a él y a los demás apóstoles que la extendieran y la gobernaran. Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en ["subsistit in"] la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él" (Constitución Dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia).
El decreto sobre Ecumenismo del Concilio Vaticano II explicita: «Solamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es "auxilio general de salvación", puede alcanzarse la plenitud total de los medios de salvación. Creemos que el Señor confió todos los bienes de la Nueva Alianza a un único Colegio apostólico presidido por Pedro, para constituir un solo cuerpo de Cristo en la tierra, al cual deben incorporarse plenamente los que de algún modo pertenecen ya al Pueblo de Dios».
Las heridas de la unidad
De hecho, "en esta una y única Iglesia de Dios, aparecieron ya desde los primeros tiempos algunas escisiones que el apóstol reprueba severamente como condenables; y en siglos posteriores surgieron disensiones más amplias y comunidades no pequeñas se separaron de la comunión plena con la Iglesia católica y, a veces, no sin culpa de los hombres de ambas partes" (Decreto Unitatis Redintegratio sobre el ecumenismo). Tales rupturas que lesionan la unidad del Cuerpo de Cristo (se distingue la herejía, la apostasía y el cisma no se producen sin el pecado de los hombres:
Ubi peccata sunt, ibi est multitudo, ibi schismata, ibi haereses, ibi discussiones. Ubi autem virtus, ibi singularitas, ibi unio, ex quo omnium credentium erat cor unum et anima una ("Donde hay pecados, allí hay desunión, cismas, herejías, discusiones. Pero donde hay virtud, allí hay unión, de donde resultaba que todos los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma": Orígenes).
Los que nacen hoy en las comunidades surgidas de tales rupturas "y son instruidos en la fe de Cristo, no pueden ser acusados del pecado de la separación y la Iglesia católica los abraza con respeto y amor fraternos [...] justificados por la fe en el Bautismo, se han incorporado a Cristo; por tanto, con todo derecho se honran con el nombre de cristianos y son reconocidos con razón por los hijos de la Iglesia católica como hermanos en el Señor" (Decreto Unitatis Redintegratio sobre el ecumenismo).
Además, "muchos elementos de santificación y de verdad" existen fuera de los límites visibles de la Iglesia católica: "la palabra de Dios escrita, la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad y otros dones interiores del Espíritu Santo y los elementos visibles". El Espíritu de Cristo se sirve de estas Iglesias y comunidades eclesiales como medios de salvación cuya fuerza viene de la plenitud de gracia y de verdad que Cristo ha confiado a la Iglesia católica. Todos estos bienes provienen de Cristo y conducen a Él y de por sí impelen a "la unidad católica".
Hacia la unidad
Aquella unidad "que Cristo concedió desde el principio a la Iglesia [...] creemos que subsiste indefectible en la Iglesia católica y esperamos que crezca de día en día hasta la consumación de los tiempos" (Decreto Unitatis Redintegratio sobre el ecumenismo). Cristo da permanentemente a su Iglesia el don de la unidad, pero la Iglesia debe orar y trabajar siempre para mantener, reforzar y perfeccionar la unidad que Cristo quiere para ella. Por eso Cristo mismo rogó en la hora de su Pasión, y no cesa de rogar al Padre por la unidad de sus discípulos: "Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos sean también uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17, 21). El deseo de volver a encontrar la unidad de todos los cristianos es un don de Cristo y un llamamiento del Espíritu Santo.
Para responder adecuadamente a este llamamiento se exige:
— una renovación permanente de la Iglesia en una fidelidad mayor a su vocación. Esta renovación es el alma del movimiento hacia la unidad;— la conversión del corazón para "llevar una vida más pura, según el Evangelio", porque la infidelidad de los miembros al don de Cristo es la causa de las divisiones;— la oración en común, porque "esta conversión del corazón y santidad de vida, junto con las oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos, deben considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico, y pueden llamarse con razón ecumenismo espiritual";— el fraterno conocimiento recíproco;— la formación ecuménica de los fieles y especialmente de los sacerdotes;— el diálogo entre los teólogos y los encuentros entre los cristianos de diferentes Iglesias y comunidades;— la colaboración entre cristianos en los diferentes campos de servicio a los hombres.
"La preocupación por el restablecimiento de la unión atañe a la Iglesia entera, tanto a los fieles como a los pastores". Pero hay que ser "conocedor de que este santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la una y única Iglesia de Jesucristo excede las fuerzas y la capacidad humana". Por eso hay que poner toda la esperanza "en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre para con nosotros, y en el poder del Espíritu Santo".