Lucas 3,1-6: Preparad el camino del Señor


En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de  Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y  Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la Palabra de Dios  sobre Juan, Hijo de Zacarías, en el desierto.

Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para  perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:

"Una  voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los  valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale.  Y todos verán la salvación de Dios".

REFLEXIÓN (Del Rezo del Ángelus del Papa Juan Pablo II del 7 de diciembre de 1997):

Celebramos hoy el segundo domingo de Adviento, tiempo propicio para dejar que la palabra de Dios ilumine más profundamente nuestro corazón y nuestra mente, a fin de que el Espíritu Santo nos disponga a acoger dignamente al Señor que viene.

En la liturgia de hoy destaca la figura de Juan Bautista, profeta enviado a preparar el camino al Mesías. Su voz grita «en el desierto», a donde se retiró y donde —como dice el evangelista san Lucas— «vino la palabra de Dios sobre él», convirtiéndolo en heraldo del Reino divino.

¿Cómo no acoger también nosotros su enérgica invitación a la conversión, al recogimiento y a la austeridad, en una época, como la nuestra, cada vez más expuesta a la dispersión, a la fragmentación interior y al culto de la apariencia?

A primera vista, el «desierto» evoca sensaciones de soledad, de extravío y de miedo; pero el «desierto» constituye también el lugar providencial del encuentro con Dios.

Resuena de generación en generación la exhortación de san Juan Bautista: «Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado; lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos» (Lc 3, 4-5).

¡Cuán urgente y actual es esta exhortación, tanto a nivel personal como social!

Dios quiere venir a habitar con los hombres de todos los lugares y de todas las épocas, y los llama a cooperar con él en la obra de la salvación.

Pero ¿cómo? La liturgia de hoy nos da la respuesta: «enderezando» las injusticias; «rellenando» los vacíos de bondad, de misericordia, de respeto y compresión; «rebajando» el orgullo, las barreras, las violencias; «allanando» todo lo que impide a las personas una vida libre y digna.

Sólo así podremos prepararnos para celebrar de modo auténtico la Navidad.

Dirijamos nuestra mirada a María, humilde esclava del Señor, que cooperó en la acción del Espíritu Santo.

Que el mismo Espíritu Santo, que inflamó de fe, esperanza y caridad su corazón inmaculado, renueve nuestra conciencia para que, allanando los caminos de la justicia y del bien, nos dispongamos a acoger al Emmanuel, el Dios con nosotros.

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