(Comentario de san Cirilo de Alejandría)
Laborioso era para el Verbo el asumir nuestra condición humana y descender hasta nuestra pequeñez. Pero —se dijo— mi derecho lo lleva el Señor y mi salario lo tiene mi Dios. Conoce el Padre las fatigas que he pasado por salvarlos. Por tanto, también él ha pronunciado ya su juicio.
¿Quieres conocer el juicio del Padre y cuál es la sentencia dictada contra ellos? Escucha lo que el Salvador dice a los responsables judíos: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Y añade poco después: envió sus criados para percibir los frutos que le correspondían, y todos fueron maltratados. Cuando finalmente envió también a su propio hijo, conspiraron contra él y se dijeron: Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia. Y, efectivamente, lo mataron.
Después de haberles propuesto esta parábola, el Señor toma nuevamente la palabra y les pregunta: Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos». A lo que Cristo replicó: Por eso os digo: Se os quitará a vosotros el reino de los cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos. Lo que, finalmente, sucedió.
En efecto, fueron colocados al cuidado de las viñas otros viñadores, expertos labradores, esto es, los discípulos del Señor. Bajo su custodia, las nubes hicieron caer la lluvia, pero con la orden expresa de no regar en adelante la viña de los judíos. Gracias a ellos, Cristo pudo vendimiar no espinas, sino uvas. Y efectivamente hemos aprendido a decir: El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto.
Alguien podría también sugerir esta otra explicación: que el Padre tenía muy presentes los trabajos del Hijo y que por eso pronunció un juicio justo. Observa nuevamente conmigo la fuerza de las palabras y considera la economía divina, que el sapientísimo Pablo nos explica a su vez, diciendo: Siendo el Hijo por su condición divina igual al Padre, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, haciéndose obediente al Padre hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por cuya causa Dios lo levantó sobre todo y le concedió el nombre-sobre-todo-nombre, de modo que a su nombre toda rodilla se doble. Porque el Verbo era y es Dios; pero después de ser proclamado hombre y serlo verdaderamente, ascendió a su gloria con su propio cuerpo. Fue efectivamente reconocido como Dios, y no se fatigó en vano, pues esta economía de salvación redundó en gloria suya, ya que no hizo de él un ser insólito y extraño, sino que le señaló como salvador y redentor del mundo. Conocido lo cual ocurrió que el cielo, la tierra e incluso el abismo cayeran de rodillas ante él.
¿Quieres conocer el juicio del Padre y cuál es la sentencia dictada contra ellos? Escucha lo que el Salvador dice a los responsables judíos: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Y añade poco después: envió sus criados para percibir los frutos que le correspondían, y todos fueron maltratados. Cuando finalmente envió también a su propio hijo, conspiraron contra él y se dijeron: Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia. Y, efectivamente, lo mataron.
Después de haberles propuesto esta parábola, el Señor toma nuevamente la palabra y les pregunta: Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos». A lo que Cristo replicó: Por eso os digo: Se os quitará a vosotros el reino de los cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos. Lo que, finalmente, sucedió.
En efecto, fueron colocados al cuidado de las viñas otros viñadores, expertos labradores, esto es, los discípulos del Señor. Bajo su custodia, las nubes hicieron caer la lluvia, pero con la orden expresa de no regar en adelante la viña de los judíos. Gracias a ellos, Cristo pudo vendimiar no espinas, sino uvas. Y efectivamente hemos aprendido a decir: El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto.
Alguien podría también sugerir esta otra explicación: que el Padre tenía muy presentes los trabajos del Hijo y que por eso pronunció un juicio justo. Observa nuevamente conmigo la fuerza de las palabras y considera la economía divina, que el sapientísimo Pablo nos explica a su vez, diciendo: Siendo el Hijo por su condición divina igual al Padre, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, haciéndose obediente al Padre hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por cuya causa Dios lo levantó sobre todo y le concedió el nombre-sobre-todo-nombre, de modo que a su nombre toda rodilla se doble. Porque el Verbo era y es Dios; pero después de ser proclamado hombre y serlo verdaderamente, ascendió a su gloria con su propio cuerpo. Fue efectivamente reconocido como Dios, y no se fatigó en vano, pues esta economía de salvación redundó en gloria suya, ya que no hizo de él un ser insólito y extraño, sino que le señaló como salvador y redentor del mundo. Conocido lo cual ocurrió que el cielo, la tierra e incluso el abismo cayeran de rodillas ante él.