Dios Padre domina todas las cosas

(Comentario de san Cirilo de Alejandría)

Un señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. Realmente, Dios Padre reina e impera sobre todas las cosas, todo lo gobierna comunicándole interiormente la vida y sustentándosela por el Hijo en el Espíritu, no como a través de un instrumento del que eventualmente pudiera servirme: no, al Verbo Dios engendrado por él, Dios lo tiene como asesor y partícipe del mismo trono, y juntamente con él reina su propio Espíritu. Y como quiera que El Hijo es la fuerza y la sabiduría del Padre, llevando a la perfección todas las cosas en el Espíritu que es como su fuerza y su sabiduría, lo mantiene todo en su ser, y Dios Padre domina sobre todas las cosas.

Así pues, coloca previamente y a título de fundamento en nuestros corazones y antes de cualquier otro equipamiento, una fe íntegra e incontaminada, y a continuación —y muy oportunamente por cierto— todas aquellas cosas que nos harán ilustres, es decir, toda clase de virtudes, estaremos en situación de llevar a cabo también todas las acciones propias de un corazón inflamado por el amor divino. Y así como la fe si no tiene obras está muerta por dentro, lo mismo ocurre con las obras, que si no están interiormente informadas por la fe, no serán en absoluto útiles a nuestras almas. Pues, como está escrito: Un atleta no recibe el premio si no compite conforme al reglamento.

Porque aun cuando uno esté muy versado en el arte de la palestra, aun cuando sea incluso considerado más fuerte que los demás atletas, jamás se dará el caso de premiarle con la distinción de la corona, si antes no hubiere cubierto la serie de pruebas, condición para obtener la gloria, teniendo al presidente del estadio como espectador de los ejercicios por él diestramente realizados. Luchemos, pues, en presencia de Dios, teniendo en gran honor su divina ley, y dirijamos el curso de nuestra vida hacia donde fuere más de su agrado, prontos siempre a su servicio. Mostrémonos entonces inflamados en el deseo de toda obra buena, ardiendo en incontenibles ansias, situándonos ante Dios, que preside los certámenes de los santos, como olor de suavidad.

Tengamos también presente aquella exhortación de Dios: Sed santos, porque yo soy santo. De esta forma estaremos ante Dios como unos muertos que han vuelto a la vida; de esta suerte el puro nos recibirá puros; de este modo, acercándonos a la comunión de la mística bendición, colmaremos nuestras almas de la plenitud de todos los bienes.