(Comentario de San Cirilo de Alejandría, obispo)
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Es un himno o un cántico nuevo en sintonía con la novedad de los acontecimientos. El que vive con Cristo es una criatura nueva, como está escrito: Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo. En efecto, los hijos de Israel habían sido liberados de la tiranía de los egipcios, bajo la experta guía de Moisés: fueron arrancados del trabajo de los adobes, al vano sudor de los trabajos de la tierra, de la crueldad de los capataces y del trato inhumano del dominador; atravesaron el mar, comieron el maná en el desierto, bebieron el agua de la roca, fueron introducidos en la tierra prometida.
Ahora bien, todo esto se ha renovado entre nosotros, pero a un nivel incomparablemente más elevado.
En efecto, nosotros hemos sido liberados no de una servidumbre carnal, sino espiritual, y en lugar de los trabajos de la tierra, hemos sido arrancados de la impureza de los deseos carnales, tampoco hemos huido de los inspectores de las obras egipcias, ni siquiera del tirano ciertamente impío e inmisericorde, pero hombre al fin y al cabo como nosotros, sino más bien de los malvados e impuros demonios que nos incitaban al pecado, y del jefe de esta chusma, esto es, de Satanás.
Como a través de un mar, hemos atravesado la marejada de la presente vida y, en ella, la turbamulta y el alocado ajetreo. Hemos comido el maná del alma y de la inteligencia, el pan del cielo que da la vida al mundo; hemos bebido el agua de la roca, que brota, refrescante y deliciosa, de las fuentes espirituales de Cristo. Hemos pasado el Jordán al ser considerados dignos del santo bautismo. Hemos entrado en la tierra prometida y digna de los santos, a la cual alude el mismo Salvador cuando dice: Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Así pues, en razón de estos nuevos prodigios, era obligado que sus príncipes, esto es, los que le están sometidos y le obedecen, canten un himno nuevo; y es obligado que un himno o un cántico de alabanza digno de él resuene no sólo en el país de los judíos, sino de uno a otro confín, es decir, por todo el universo.
En efecto, antiguamente Dios se manifestó en Judá, y sólo en Israel era grande su nombre. Pero después de que por medio de Cristo hemos sido llamados al conocimiento de la verdad, el cielo y la tierra se han llenado de su gloria. Así lo corrobora el salmista: Que su gloria llene la tierra. ¿Quiénes son los que nos invitan a celebrar su nombre hasta el confín de la tierra?, ¿quiénes los que le preparan cantores?, ¿quiénes los que simultáneamente persuaden la creación de una coral sinfónica?, ¿quiénes los que convocan una fiesta espiritual? A mi juicio, aquí se hace mención de los santos apóstoles. Pues ellos no predicaron a Jesús y la gracia que por él nos viene únicamente en Judea, sino que, surcando los mares, anunciaron el evangelio en los pueblos paganos.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Es un himno o un cántico nuevo en sintonía con la novedad de los acontecimientos. El que vive con Cristo es una criatura nueva, como está escrito: Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo. En efecto, los hijos de Israel habían sido liberados de la tiranía de los egipcios, bajo la experta guía de Moisés: fueron arrancados del trabajo de los adobes, al vano sudor de los trabajos de la tierra, de la crueldad de los capataces y del trato inhumano del dominador; atravesaron el mar, comieron el maná en el desierto, bebieron el agua de la roca, fueron introducidos en la tierra prometida.
Ahora bien, todo esto se ha renovado entre nosotros, pero a un nivel incomparablemente más elevado.
En efecto, nosotros hemos sido liberados no de una servidumbre carnal, sino espiritual, y en lugar de los trabajos de la tierra, hemos sido arrancados de la impureza de los deseos carnales, tampoco hemos huido de los inspectores de las obras egipcias, ni siquiera del tirano ciertamente impío e inmisericorde, pero hombre al fin y al cabo como nosotros, sino más bien de los malvados e impuros demonios que nos incitaban al pecado, y del jefe de esta chusma, esto es, de Satanás.
Como a través de un mar, hemos atravesado la marejada de la presente vida y, en ella, la turbamulta y el alocado ajetreo. Hemos comido el maná del alma y de la inteligencia, el pan del cielo que da la vida al mundo; hemos bebido el agua de la roca, que brota, refrescante y deliciosa, de las fuentes espirituales de Cristo. Hemos pasado el Jordán al ser considerados dignos del santo bautismo. Hemos entrado en la tierra prometida y digna de los santos, a la cual alude el mismo Salvador cuando dice: Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Así pues, en razón de estos nuevos prodigios, era obligado que sus príncipes, esto es, los que le están sometidos y le obedecen, canten un himno nuevo; y es obligado que un himno o un cántico de alabanza digno de él resuene no sólo en el país de los judíos, sino de uno a otro confín, es decir, por todo el universo.
En efecto, antiguamente Dios se manifestó en Judá, y sólo en Israel era grande su nombre. Pero después de que por medio de Cristo hemos sido llamados al conocimiento de la verdad, el cielo y la tierra se han llenado de su gloria. Así lo corrobora el salmista: Que su gloria llene la tierra. ¿Quiénes son los que nos invitan a celebrar su nombre hasta el confín de la tierra?, ¿quiénes los que le preparan cantores?, ¿quiénes los que simultáneamente persuaden la creación de una coral sinfónica?, ¿quiénes los que convocan una fiesta espiritual? A mi juicio, aquí se hace mención de los santos apóstoles. Pues ellos no predicaron a Jesús y la gracia que por él nos viene únicamente en Judea, sino que, surcando los mares, anunciaron el evangelio en los pueblos paganos.