(Comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo)
Exulta, cielo, porque el Señor consuela a su pueblo Israel. Tocad la trompeta, fundamentos de la tierra. Mientras exultan los cielos por haber el Señor consolado a Israel, no sólo al Israel carnal, sino al llamado Israel espiritual, tocaron la trompeta los fundamentos de la tierra, es decir, los ministros de los evangélicos vaticinios, cuyo clarísimo sonido resonó por todas partes expandiéndose cual sonidos de otras tantas trompetas sagradas, anunciando por doquier la gloria del Salvador, convocando al conocimiento de Cristo tanto a los que proceden de la circuncisión, como a los que en algún tiempo pusieron el culto a la criatura sobre el culto al Creador.
¿Y por qué los llama fundamentos de la tierra? Porque Cristo es la base y el fundamento de todo, que todo lo aglutina y lo sostiene para que esté bien firme. En él efectivamente todos somos edificados como edificio espiritual, erigidos por el Espíritu Santo en templo santo, en morada suya; pues, por la fe, habita en nuestros corazones.
También pueden ser considerados como fundamentos más próximos y cercanos los apóstoles y evangelistas, testigos oculares y ministros de la palabra, con la misión de confirmar la fe. Pues en el momento mismo en que hayamos reconocido la insoslayable necesidad de seguir sus tradiciones, conservaremos una fe recta, sin alteración ni desviación posible. El mismo Cristo —cuando sabia e inculpablemente confesó su fe en él, diciendo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo —dijo a san Pedro—: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Yo creo que al llamarle «piedra», insinúa la inconmovible fe del discípulo.
También dice por boca del salmista: El la ha cimentado sobre el monte santo. Con razón son comparados a los montes santos los apóstoles y evangelistas, cuyo conocimiento tiene la firmeza de un fundamento para la posteridad, sin peligro para quienes se mantienen en su red, de desviarse de la verdadera fe. Admirables y conspicuos fueron los apóstoles, ilustres por sus obras y palabras.
Ahora bien: los admiradores de los vaticinios evangélicos y ministros de los carismas de Cristo, predican al mundo la alegría. En efecto, donde se da la remisión de los pecados, la justificación por la fe, la participación del Espíritu Santo, el esplendor de la adopción, el reino de los cielos y no la vana esperanza de unos bienes que el hombre es incapaz de imaginar, allí se da la alegría y el gozo perennes.
¿Y por qué los llama fundamentos de la tierra? Porque Cristo es la base y el fundamento de todo, que todo lo aglutina y lo sostiene para que esté bien firme. En él efectivamente todos somos edificados como edificio espiritual, erigidos por el Espíritu Santo en templo santo, en morada suya; pues, por la fe, habita en nuestros corazones.
También pueden ser considerados como fundamentos más próximos y cercanos los apóstoles y evangelistas, testigos oculares y ministros de la palabra, con la misión de confirmar la fe. Pues en el momento mismo en que hayamos reconocido la insoslayable necesidad de seguir sus tradiciones, conservaremos una fe recta, sin alteración ni desviación posible. El mismo Cristo —cuando sabia e inculpablemente confesó su fe en él, diciendo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo —dijo a san Pedro—: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Yo creo que al llamarle «piedra», insinúa la inconmovible fe del discípulo.
También dice por boca del salmista: El la ha cimentado sobre el monte santo. Con razón son comparados a los montes santos los apóstoles y evangelistas, cuyo conocimiento tiene la firmeza de un fundamento para la posteridad, sin peligro para quienes se mantienen en su red, de desviarse de la verdadera fe. Admirables y conspicuos fueron los apóstoles, ilustres por sus obras y palabras.
Ahora bien: los admiradores de los vaticinios evangélicos y ministros de los carismas de Cristo, predican al mundo la alegría. En efecto, donde se da la remisión de los pecados, la justificación por la fe, la participación del Espíritu Santo, el esplendor de la adopción, el reino de los cielos y no la vana esperanza de unos bienes que el hombre es incapaz de imaginar, allí se da la alegría y el gozo perennes.