Nos llamamos cristianos y en Cristo está puesta toda nuestra esperanza

(Comentario de San Cirilo de Alejandría, obispo)

El Verbo nacido de la Virgen era y es siempre Rey y Señor del universo. Pero después de la encarnación asumió la condición propia de la naturaleza humana. Así, pues, podemos creer con verdad y sin ningún género de duda que fue hecho a semejanza nuestra. Por lo cual, cuando se afirma que ha recibido el dominio sobre todas las cosas, hay que entenderlo referido a su naturaleza humana, no a la preeminencia divina por la que sabemos que él es ya Señor del universo.

Dios le llama Jacob e Israel, en cuanto nacido, según la carne, de la sangre de Jacob, llamado también Israel. Dice en efecto: Jacob es mi siervo, a quien sostengo; Israel, mi elegido, a quien prefiero. Pues el Padre cooperaba con el Hijo y obraba maravillas como si procedieran de su propio poder. Y es realmente el elegido, porque es el más bello de los hombres; el estimado, por ser el amado en quien el Padre Dios descansa. Por lo cual dice: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.

Lo que se dice de él que fue ungido según el modo humano y hecho partícipe del Espíritu Santo, cuando es él el que comunica el Espíritu y el que santifica la criatura, lo aclaró al decir: Sobre él he puesto mi Espíritu. Se nos dice en efecto que, una vez bautizado el Señor, se abrió el cielo y bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma y se posó sobre él. Ahora bien: si en su condición de hombre recibió el Espíritu Santo en el momento del bautismo, esto pudo ocurrir en muchas otras ocasiones. Porque no fue santificado en cuanto Dios al recibir el Espíritu, ya que es él el que santifica, sino en cuanto hombre en atención a la economía divina.

Así pues, fue ungido para juzgar a las naciones. El juicio a que aluden estas palabras es llamado juicio justo: condenando a Satanás que las tiranizaba, justificó a las naciones. Es lo que él mismo nos enseñó, diciendo: Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.

Condenó, pues, a muerte al que se había apoderado de toda la tierra, reservando para su juicio santo a los que se habían dejado engañar por él. Pero —dice— no gritará, no clamará, no voceará por las calles. El Salvador y Señor del universo se comportó en el tiempo de su peregrinación, con mucha discreción y humildad, y como sin estrépito, sino silenciosa y calladamente a fin de no quebrar la caña cascada ni apagar el pabilo vacilante.

Y ¿qué es lo que hará y cómo gobernará a las naciones? Promoverá fielmente el derecho. Aquí «derecho» parece sinónimo de «ley». Pues está escrito de Dios, Señor de Israel y del mundo entero: Tú administras la justicia y el derecho, tú actúas en Jacob. Proclamó en toda su verdad el derecho o la ley medio oculta en las figuras; mostró, con el oráculo evangélico, el estilo de vida acepto a sus ojos, y transformó el culto de la ley basado en la letra, en un culto radicado en la verdad.

El evangelio fue predicado por toda la tierra y sus vaticinios quedaron como esculpidos. Pues está escrito: Tu justicia es justicia eterna, tu voluntad es verdadera. En su nombre —dice— esperarán las naciones. Una vez que le hayan reconocido como verdadero Dios, aunque sea un Dios encarnado, depositarán en él su confianza, como dice el salmista: Tu nombre es su gozo cada día. Nos llamamos cristianos y en Cristo está puesta toda nuestra esperanza.